B. 2015, David Ilundain

El nombre de Luis Bárcenas está ligado a la historia reciente de nuestro país, a sus rincones más oscuros. Apresado por cometer delitos fiscales y evasión de capitales como tesorero del Partido Popular, su caso ejemplifica muchos de los males de un sistema político carcomido por la corrupción. El mismo sistema que le situó en un puesto de responsabilidad dentro del gobierno, que trató de exculparle cuando las evidencias hicieron saltar las alarmas, y que finalmente le dio la espalda cuando el inculpado se convirtió en acusado y después en culpable. El aquelarre oficiado por el juez Ruz terminó con una condena que exculpaba a los altos cargos del PP y que el dramaturgo Jordi Casanovas llevó a las tablas en el año 2014. Aquel modelo de teatro documental estaba representado por dos únicos actores, Pedro Casablanc y Manolo Solo, en un escenario minimalista que reproducía fielmente la sesión en la que Bárcenas reconocía la existencia de una contabilidad B dentro del partido.
Apenas unos meses después de la puesta en escena de la obra, el debutante David Ilundain recurre a la financiación por crowdfunding para trasladar al cine el libreto original, conservando los mismos actores y la austeridad formal del teatro. ¿Se trata de un nuevo ejemplo de dramaturgia filmada? Ilundain hace esfuerzos por evitarlo, revistiendo la película con una estética cuidada que busca el realismo, a veces incluso demasiado. Porque los movimientos y los titubeos deliberados de la cámara para dar sensación de verismo e inmediatez, en ocasiones resultan evidentes. Es el simulacro de la realidad convertido en retórica, en fingimiento... lo último que se puede permitir una película con una vocación de crónica tan marcada como B. Pero no es en la técnica donde se apoya el film, sino en el prodigioso trabajo de los actores.
Casablanc y Solo logran a proeza de dotar de humanidad a dos personajes de gran alcance mediático. Ellos son Bárcenas y Ruz, en sus gestos y en sus palabras, más allá de si reproducen con mayor o menor fidelidad a sus referentes. Lo son porque el espectador así se convence de ello, y porque las interpretaciones de ambos traslucen el aliento de la verosimilitud. Sobre sus voces y sus miradas avanza el film con paso firme, manteniendo en todo momento el interés, a pesar de la dialéctica abultada. Es el espectáculo de la realidad, una realidad nauseabunda e hiriente, de la que el público no se puede abstraer. Eso es lo mejor de B, que cumple su objetivo de informar y entretener a partes iguales, que relata con nervio una situación ante la que no cerrar los ojos. El triste documento de una época triste.
Es una lástima que con tantas virtudes, esta película no pueda trascender en el tiempo. Está demasiado atada al aquí y al ahora, no se detiene en explicar los antecedentes ni las consecuencias de lo que cuenta su ajustado metraje. Una parquedad narrativa que dificulta su entendimiento fuera de nuestras fronteras. Resultará complicada también para el público español dentro de unos años, cuando la larga lista de los nombres citados pase a formar parte de los libros de historia. David Ilundain adopta actitud de notario y prescinde del contexto y de los detalles humanos que aligeren la trama (la responsabilidad del juez recién incorporado a la Audiencia Nacional, la relación de Bárcenas con su esposa, las concentraciones de protesta en la misma puerta del juzgado...) El director se limita a dejar constancia de los hechos, ni más ni menos. Una decisión que aleja a B de esas otras películas de ficción periodística como Todos los hombres del presidenteBuenas noches y buena suerteEl desafío: Frost contra Nixon... arropadas por grandes estrellas y presupuestos importantes. El hecho de que B haya conseguido completar la financiación necesaria por parte de sus mecenas y que se haya estrenado en unas pocas salas no sin obstáculos, es una proeza que debe reconocerse. Un acto de valentía que dignifica el maltrecho oficio del cine en nuestro país.