Los odiosos ocho. "The hateful eight" 2015, Quentin Tarantino

Sobrepasada la cincuentena y con ocho largometrajes a sus espaldas, Quentin Tarantino continúa siendo el enfant terrible de Hollywood. Si bien desde su primera película vio reconocido su talento, también fue acusado de sádico y de exhibir una violencia gratuita que prendió durante los años noventa en nuevos cineastas como Danny Boyle, Guy Ritchie o Eli Roth. Una ilustre cuadrilla con gusto por la hemoglobina que se quedó en la superficie de lo que Tarantino proponía: una reconversión de los géneros menos respetados (el terror, el cine de artes marciales, la serie B, la blaxploitation) y su filtración por las referencias clásicas (Samuel Fuller, Sergio Leone, Sam Peckinpah, John Huston). La fórmula consiste en unir el underground con los viejos iconoclastas, introducir la cultura pop en el panteón del cine. Hace falta tener una visión muy amplia y una total ausencia de prejuicios para acometer este mestizaje con éxito, virtudes que Tarantino ha demostrado a lo largo de más de dos décadas de trabajo. En lugar de apaciguarse con los años, su cine ha ido estilizando sus tempranos impulsos y añadiendo madera al fuego. Prueba de ello es Los odiosos ocho.
Se trata de la segunda incursión del director en el western transcurridos tres años desde Django desencadenado. Si entonces eran fundamentales el contexto y la situación histórica, esta vez Tarantino elabora una pieza de cámara con un número limitado de personajes en unos pocos escenarios, algo parecido a lo que practicó en Reservoir dogs. Curiosamente, el último film de Tarantino es el que más se asemeja al primero, estableciendo un círculo perfecto que engloba una filmografía compacta y coherente. De alguna manera, Los odiosos ocho es Reservoir dogs en el Oeste: una reunión de tipos duros atrapados en una situación que solo se resolverá con sangre. La diferencia es que la opera prima de Tarantino se solventaba en cien minutos, y ésta, en casi ciento setenta. ¿Qué ha pasado mientras tanto? Pues una Palma de Oro, dos Oscar, una vitrina llena de premios y un público fiel que aguarda cada nueva película como la iluminación de un profeta. Tarantino tiene un enorme talento y lo sabe. Pocos escriben como él, pocos dirigen con su destreza y pocos, muy pocos, son conscientes de ello. Hasta el punto de que parece que con cada nueva película se está probando a sí mismo, forzando sus propios límites para demostrar que sigue en forma. Los diálogos que escribe cada vez son más prolijos, sus personajes ganan en hondura, la planificación es más sofisticada... el colmo es haber recuperado para Los odiosos ocho un formato de imagen obsoleto desde hacía medio siglo, el Ultra Panavision de 70 milímetros.
Pero Tarantino no está solo, y su seguridad se refrenda con la compañía de los mejores profesionales. Robert Richardson sabe traducir en imágenes el universo de luces y sombras del director, a través de una fotografía que aprovecha las posibilidades de los decorados, de gran belleza visual. Su labor reviste de clasicismo y solemnidad las gamberradas de Tarantino, generando un contraste fascinante. También está Ennio Morricone, quien con casi noventa años recupera las sonoridades del spaghetti western y las traslada hasta los paisajes nevados de Wyoming. Y por supuesto, los actores. Un elenco con caras conocidas por el director (Samuel L. Jackson, Kurt Russell y dos de los perros de Reservoir dogs, Michael Madsen y Tim Roth), y otros que se incorporan a la plantilla (Bruce Dern, Channing Tatum, Demián Bichir). Entre estos últimos cabe destacar las interpretaciones memorables de Jennifer Jason Leigh y Walton Goggins, capaces de modelar dos personajes antológicos. Los demás perfiles están perfectamente ajustados a su cometido en el guión, como las piezas de un engranaje que hace girar la maquinaria del film: cazadores de recompensas, bandidos, asesinos, antiguos militares... una fauna que se incorpora al universo basto y salvaje de Quentin Tarantino.
Los odiosos ocho es cine de personajes, pero también de objetos. Una puerta que no cierra, unas esposas, una taza de café, una carta firmada por Lincoln... tienen gran importancia en el desarrollo de la acción, otorgando una utilidad dramática a los elementos materiales, que trascienden así su condición de atrezzo. La secuencia en la que Jason Leigh toca la guitarra mientras la cámara va cambiando de foco para mostrar, en el fondo de la habitación, cómo unos personajes se sirven café, es un prodigio de suspense cinematográfico. Una escena que evoca a Hitchcock y que evidencia el nexo que une a Tarantino con el cine clásico.
La sensación que provoca Los odiosos ocho es la de asistir a dos películas diferentes pero complementarias. La primera de ellas tiene un enorme poso literario (hay incluso una separación por capítulos), respira clasicismo y deposita en el tiempo narrativo la tensión dramática. Predomina el verbo sobre la acción. Los personajes se van presentando según aparecen sin que quede del todo clara su verdadera motivación, en un juego narrativo que a veces se acerca al cine negro, otras veces al thriller, a la comedia y al western canónico. Tarantino demuestra aquí su versatilidad y su cinefilia enciclopédica. Es muy difícil para el espectador no sentirse fascinado durante las dos primeras horas de metraje por el cine pulcro y contundente del director, como si éste quisiera embelesar al público antes de zarandearlo. Entonces llega la segunda película, mucho más impredecible y violenta, un auténtico festín de sangre donde cualquier cosa puede pasar, y pasa. Tarantino exhibe aquí su lado más agresivo, la acción gana protagonismo mientras el público se divide entre la diversión y el espanto. Por eso, los admiradores del cineasta encontrarán en Los odiosos ocho numerosos motivos de regocijo. Es el homenaje que Tarantino se brinda a sí mismo, en un derroche de libertad que pocos autores pueden permitirse.
A continuación, un recorrido breve por algunas de las referencias visuales que atraviesan la filmografía de Quentin Tarantino. La mejor señal de que una dieta rica en celuloide provoca una digestión apasionada, emocionante: