La academia de las musas. 2015, José Luis Guerín

El amor es un invento de los poetas. Sobre esta máxima se construye La academia de las musas, film ensayo con el que José Luis Guerín prosigue su labor de explorador audiovisual. Una vez más, el cineasta barcelonés vuelve a alterar los límites entre la realidad y el simulacro, el documental y la ficción. Este es el único hilo que conecta sus películas, pues Guerín sigue fiel al estilo de no tener ningún estilo predeterminado, y de ir recorriendo un camino cuya meta es no repetir ningún paso. La academia de las musas es puro Guerín, aunque no se parece a sus trabajos anteriores. El verbo es más fluido, las referencias literarias son más evidentes, aunque la libertad sea siempre la misma.
La película comienza con la clase que el profesor de filología Raffaele Pinto imparte acerca del amor y las musas a través de La divina comedia de Dante. A partir de esta primera escena, en la que el público adopta la misma posición que los alumnos, se inicia un experimento educativo en transformación. Poco a poco, la actitud de las mujeres que asisten a la clase va cambiando, al igual que la percepción del espectador. Del entendimiento se pasa a la valoración, y después, al resultado. Por eso no hay una única forma de ver esta película, cada cual puede interpretarla a partir de lo que le haya sugerido su discurso. Eso mismo hacen los personajes del film: lo que para unos es una lección brillante para otros es charlatanería, lo que es cerebral y críptico se puede convertir en creativo e innovador según la opinión del interlocutor. Porque todos, también el público, son interlocutores para Guerín. La academia de las musas requiere la participación intelectual de cuantos están en la sala de cine, aunque también hay espacio para las sensaciones y la poesía.
Pero que nadie se asuste. No es necesario ser una lumbrera para disfrutar de la película, de hecho, incluso Guerín se atreve a incorporar su propia crítica. La mujer del profesor le espeta a su marido en un diálogo: "Tú tratas de pontificar". Una alumna le achaca en otra escena: "Todo esto pertenece al pasado, es un ideal que no tiene que ver con la realidad de ahora". Argumentos que cualquier crítico podría arrojar sobre el film, y esa es la verdadera ruptura: plantear la incertidumbre y la búsqueda frente a la certeza y la seguridad, tal y como hace el protagonista del film. Acaso este personaje podría ser un trasunto del propio Guerín en el oficio de "sembrador de dudas".
Al igual que sucede con el argumento, La academia de las musas tampoco posee una retórica visual completamente acabada. Es más un esbozo, un cuaderno de notas que el espectador debe completar durante el visionado. Por eso ha sido grabada por Guerín con una pequeña cámara digital y con la única compañía de un técnico de sonido, sin recurrir a actores profesionales, decorados ni iluminación artificial. A menudo la imagen está desenfocada, y muchos de los diálogos aparecen tras el cristal de una ventana o un coche. Como afirma el profesor italiano de la película, "entre el sujeto que ama (la cámara) y el objeto amado (el personaje) siempre hay elementos interpuestos que dificultan la relación". Guerín emplea el vidrio, en el que se reflejan elementos de la naturaleza y viandantes que pasan. Este collage en movimiento insiste en la mezcla de lo real y su representación, de cómo incide uno sobre el otro y viceversa.
Mucho se puede escribir y teorizar sobre La academia de las musas, y probablemente ningún argumento sería del todo cierto. En este misterio es donde reside la fascinación que ejerce la película, en su capacidad para plantear cuestiones que todos conocemos pero que nadie comprende bien. El protagonista denomina a esto "una bonita idea". También se puede definir así el ejercicio de libertad y de pensamiento que propone el film.