Rogue One: Una historia de Star Wars. 2016, Gareth Edwards

Aunque el término spin-off parezca una creación reciente de las series televisivas, lleva practicándose mucho tiempo en otras disciplinas como la literatura y el cómic. La naturaleza episódica de estos formatos y la necesidad comercial de fraccionar el producto para prolongar el consumo había eximido hasta el momento al cine, con un público menos fiel y más atento a la exclusividad de la pantalla grande. Pero nada se escapa a los designios del todopoderoso Disney. Era una cuestión de tiempo que tras la compra en 2012 de la marca Star Wars, el estudio se pusiese manos a la obra para potenciar las posibilidades comerciales de la franquicia, mediante la explotación de un merchandising retroalimentado por nuevas producciones con las que inundar las carteleras. Así, en 2015 se estrena El despertar de la fuerza, glorioso revival que reactiva la serie y un año después Rogue One, capítulo independiente que mantiene encendidas las cajas registradoras y el entusiasmo de los innumerables fans.
Como casi todas las operaciones perfectas, en realidad el fenómeno de Star Wars se asienta sobre la robustez de las antiguas tradiciones: el relato de aventuras, la ópera trágica, los mitos clásicos e incluso el western tenían cabida en las anteriores entregas. Rogue One incorpora el género bélico y lo hace atendiendo a buena parte de sus convenciones. Para empezar, el guión está dividido en dos partes bien diferenciadas. Durante la primera se presenta a los personajes y la misión que deben llevar a cabo, una tarea suicida que se desarrollará en la segunda parte y en la que necesariamente veremos morir a algunos de los protagonistas con los que hemos empatizado al principio. Aquí es donde se produce el drama que otorga profundidad y mayor realismo a la acción (basta recordar los precedentes de Los cañones de Navarone, Doce del patíbulo, El desafío de las águilasSalvar al soldado Ryan...) Finalmente, se impone la idea de que todo sacrificio merece la pena cuando los ideales que se persiguen son justos y honestos. Rogue One se amolda con fidelidad a estas premisas, barnizadas por la ciencia ficción geopolítica y la espiritualidad new age tan afín a la saga.
Sin embargo, las dos partes no funcionan igual. El  planteamiento argumental es confuso y la sobreabundancia de información relacionada con las otras películas resta efectividad a la presentación de los personajes y al trasfondo de la misión. El espectador inexperto en el universo de Star Wars perderá demasiado tiempo en desentrañar qué está sucediendo en la pantalla, en lugar de recibir sensaciones y establecer empatía con los protagonistas. El guión resulta prolijo en exceso, con un ritmo más televisivo que cinematográfico que la dirección de Gareth Edwards no encauza hasta la llegada de la segunda parte, en la que el cineasta se encuentra sin duda más cómodo. También el público podrá respirar aliviado al comprobar cómo las expectativas son satisfechas en medio de la pirotecnia de la batalla. Y por fin, Rogue One ofrece lo que había prometido: combates aéreos, adrenalina y tensión dramática. Es una lástima que los personajes no estén a la altura.
El reparto del film es uno de sus puntos flacos. En parte por el desdibujado perfil de los personajes en el guión de Chris Weitz y Tony Gilroy, y en parte por la incapacidad de Edwards para mantener el equilibrio dentro del numeroso grupo de actores. La protagonista Felicity Jones responde a una magnífica elección de casting, lo que no se puede decir de su compañero Diego Luna. No faltan los rostros conocidos adornando el elenco, como Forest Whitaker o Mads Mikkelsen, e incluso algunos intérpretes que han sido embalsamados digitalmente como Peter Cushing y Carrie Fisher. En suma, un buen plantel de artistas que no encuentran manera de dar identidad a sus personajes, sencillamente porque no la tienen. De vez en cuando se recurre a Darth Vader para solventar la falta de carisma del antagonista encarnado por Ben Mendelsohn, pero a esas alturas ya todo da igual porque la película ha completado su objetivo: rellenar 130 minutos de entretenimiento intergaláctico y mantener viva la llama de la saga. Una llama que en Rogue One no quema ni produce chispas. Por eso, al final se impone la sensación de haber asistido a una larguísima promoción de merchandising en la que nada es sublime ni digno de recuerdo. Salvo, tal vez, la mirada de Felicity Jones.