Un año después de haber alcanzado el éxito con El sexto sentido, M. Night Shyamalan vuelve a contar con el actor Bruce Willis para elaborar un drama sobrenatural de impacto contundente pero sereno. Ambas películas están atravesadas por un aire de melancolía bastante inhabitual para un director de la juventud y el empuje de Shyamalan, sin embargo, las dos suponen el punto álgido de su carrera. El protegido es un emotivo y sincero homenaje al mundo de los cómics en general y los super-héroes en particular, una aproximación adulta y realista que contiene agudas reflexiones y que trasciende la consideración de los tebeos de la cultura popular a la alta cultura. Y todo a partir de un guión en apariencia sencillo que sugiere más que muestra.
La película comienza con un rótulo que aporta información sobre las ventas de cómics en Estados Unidos y su influencia en los lectores. Después asistimos al proceso de revelación de un guardia de seguridad quien, a raíz de un accidente de tren del que es el único superviviente, descubre que tiene capacidades sobrehumanas. A través de un singular personaje aquejado de una enfermedad que hace que sus huesos sean especialmente vulnerables, el protagonista irá tomando conciencia de sus habilidades mientras trata de recomponer su matrimonio en crisis. Al contrario que en las producciones habituales del género, que depositan su interés en espectaculares escenas de acción, en El protegido los momentos de mayor conmoción son resueltos mediante elipsis (el accidente ferroviario) o sin cargar las tintas emocionales (cuando el protagonista descubre su fuerza levantando pesas). Shyamalan posterga para el final las secuencias enérgicas, y lo hace sin recurrir a montajes atropellados o golpes de efecto. En el escenario del crimen, la cámara recoge en plano general la única confrontación física que aparece en la película, y el momento de mayor peligro (el hundimiento en la piscina) es filmado desde un punto de vista subjetivo en el que apenas se distingue nada. Son recursos que el director emplea para que el espectador no se distraiga de lo verdaderamente importante: las incertidumbres del protagonista asimilando su naturaleza especial y los cambios que esto conlleva dentro de su vida familiar.
A pesar de lo dicho, Shyamalan también se permite juegos con la cámara bastante ingeniosos que revelan su impronta como creador de imágenes. Buen ejemplo son la conversación en el tren o el giro del plano cenital sobre el cómic que la madre le regala a su hijo en el parque. Pero una cosa es la retórica formal, y otra el ritmo interno que sostiene el film. Antes de que acontezca el clímax, Shyamalam mantiene un ritmo pausado y una equidistancia que puede ser confundida con frialdad, pero bajo cuya superficie fluyen la tensión y el desconcierto que definen la personalidad de David, el protagonista del relato. Sirva como ejemplo el largo plano en el que despierta en el hospital y responde a las preguntas del médico. El espectador asiste a esta escena primero desde la distancia, en una única imagen que poco a poco se va aproximando según los personajes van completando la información. El trabajo interpretativo de Willis, así como el de Robin Wright, quien da vida a su mujer, refuerzan desde el comedimiento la sensación triste que destila el film, esa atmósfera de calma tensa. Por contraste, el personaje de Mr. Glass interpretado por Samuel L. Jackson ofrece el contrapunto necesario para suscitar inquietud, es más elocuente y expresivo que sus compañeros de reparto. Además su historia transcurre en un tiempo diferente, ya que hay una narración lineal para el presente y una sucesión de flasbacks que cuentan su pasado, un procedimiento bastante común en el lenguaje del cómic moderno.
Por lo tanto, una de las claves que marcan la diferencia de El protegido reside en el tono, lacónico y apagado, al que contribuyen de manera decisiva la fotografía de Eduardo Serra y la música de James Newton Howard. Ambos artistas ayudan a elevar la grandeza de la película y a convertirla en una excepción dentro del previsible universo de los super-héroes cinematográficos. De la misma manera que sucedía en El sexto sentido, en El protegido también hay un desenlace sorpresa que el guión va construyendo durante todo el metraje, en un ingenio de arquitectura dramática que no se queda sólo en la anécdota, sino que ilumina los rincones oscuros de una película que devuelve al espectador la confianza depositada previamente. Es cine que implica al público y le invita a participar, cine que revierte el gozo del patio de butacas. En suma, El protegido es una joya que brilla sobre las demás en la trayectoria de M. Night Shyamalan y que logra el milagro de emocionar sin que lo parezca.
La película comienza con un rótulo que aporta información sobre las ventas de cómics en Estados Unidos y su influencia en los lectores. Después asistimos al proceso de revelación de un guardia de seguridad quien, a raíz de un accidente de tren del que es el único superviviente, descubre que tiene capacidades sobrehumanas. A través de un singular personaje aquejado de una enfermedad que hace que sus huesos sean especialmente vulnerables, el protagonista irá tomando conciencia de sus habilidades mientras trata de recomponer su matrimonio en crisis. Al contrario que en las producciones habituales del género, que depositan su interés en espectaculares escenas de acción, en El protegido los momentos de mayor conmoción son resueltos mediante elipsis (el accidente ferroviario) o sin cargar las tintas emocionales (cuando el protagonista descubre su fuerza levantando pesas). Shyamalan posterga para el final las secuencias enérgicas, y lo hace sin recurrir a montajes atropellados o golpes de efecto. En el escenario del crimen, la cámara recoge en plano general la única confrontación física que aparece en la película, y el momento de mayor peligro (el hundimiento en la piscina) es filmado desde un punto de vista subjetivo en el que apenas se distingue nada. Son recursos que el director emplea para que el espectador no se distraiga de lo verdaderamente importante: las incertidumbres del protagonista asimilando su naturaleza especial y los cambios que esto conlleva dentro de su vida familiar.
A pesar de lo dicho, Shyamalan también se permite juegos con la cámara bastante ingeniosos que revelan su impronta como creador de imágenes. Buen ejemplo son la conversación en el tren o el giro del plano cenital sobre el cómic que la madre le regala a su hijo en el parque. Pero una cosa es la retórica formal, y otra el ritmo interno que sostiene el film. Antes de que acontezca el clímax, Shyamalam mantiene un ritmo pausado y una equidistancia que puede ser confundida con frialdad, pero bajo cuya superficie fluyen la tensión y el desconcierto que definen la personalidad de David, el protagonista del relato. Sirva como ejemplo el largo plano en el que despierta en el hospital y responde a las preguntas del médico. El espectador asiste a esta escena primero desde la distancia, en una única imagen que poco a poco se va aproximando según los personajes van completando la información. El trabajo interpretativo de Willis, así como el de Robin Wright, quien da vida a su mujer, refuerzan desde el comedimiento la sensación triste que destila el film, esa atmósfera de calma tensa. Por contraste, el personaje de Mr. Glass interpretado por Samuel L. Jackson ofrece el contrapunto necesario para suscitar inquietud, es más elocuente y expresivo que sus compañeros de reparto. Además su historia transcurre en un tiempo diferente, ya que hay una narración lineal para el presente y una sucesión de flasbacks que cuentan su pasado, un procedimiento bastante común en el lenguaje del cómic moderno.
Por lo tanto, una de las claves que marcan la diferencia de El protegido reside en el tono, lacónico y apagado, al que contribuyen de manera decisiva la fotografía de Eduardo Serra y la música de James Newton Howard. Ambos artistas ayudan a elevar la grandeza de la película y a convertirla en una excepción dentro del previsible universo de los super-héroes cinematográficos. De la misma manera que sucedía en El sexto sentido, en El protegido también hay un desenlace sorpresa que el guión va construyendo durante todo el metraje, en un ingenio de arquitectura dramática que no se queda sólo en la anécdota, sino que ilumina los rincones oscuros de una película que devuelve al espectador la confianza depositada previamente. Es cine que implica al público y le invita a participar, cine que revierte el gozo del patio de butacas. En suma, El protegido es una joya que brilla sobre las demás en la trayectoria de M. Night Shyamalan y que logra el milagro de emocionar sin que lo parezca.