La chica del adiós. "The goodbye girl" 1979, Herbert Ross

A lo largo de su filmografía, el cineasta Herbert Ross combinó las películas que partían de guiones originales, novelas y obras de teatro. Entre estas últimas adaptó piezas de Bill Manhoff, Robert Harling, Woody Allen y, en especial, de Neil Simon, con quien mantuvo una estrecha colaboración entre los años 1975 y 1982. Uno de los títulos que más éxito les reportó a ambos fue La chica del adiós, comedia que, al igual que La pareja chiflada, desarrolla la fórmula de la difícil relación entre dos personajes dispares.
En este caso se trata de una mujer que, una mañana, descubre que su pareja se ha marchado al otro lado del país. Con la misma celeridad, un actor al que no conoce entra a vivir en su casa y los dos se verán obligados a compartir techo junto a la hija de ella, una niña que ejerce como vínculo y conciencia de los adultos. Al mismo tiempo, la mujer trata de recuperar su antiguo oficio de bailarina para llegar a fin de mes. El choque inicial de caracteres entre Elliot y Paula irá derivando hacia la inevitable historia de amor que sustenta la trama principal, condimentada por los intentos de estos dos profesionales del espectáculo por sacar adelante sus respectivas carreras, aceptando trabajos precarios y tratando de ver reconocidos sus esfuerzos. Así, La chica del adiós funciona también como un pequeño homenaje al mundo de los obreros del entertainment, seres que esperan pacientemente a que llegue su oportunidad confiando en un talento que quizás no tienen.
Sin embargo, las buenas intenciones de Rott quedan sepultadas bajo el escrupuloso respeto que siente por la dramaturgia de Simon, lo que provoca en el espectador la decepcionante sensación de estar viendo teatro filmado. Aunque el director neoyorquino se esfuerza por sacar a la calle algunas de las acciones (la escena del robo, el paseo en calesa), La chica del adiós no consigue soltar nunca las amarras del escenario. No tanto por la unidad de tiempo, lugar y personajes (presente en otras películas ejemplares), sino por el artificio y por los modos teatrales que afectan a la narración, la puesta en escena y la interpretación de los actores.
Richard Dreyfuss realiza la que hubiera sido la perfecta encarnación sobre las tablas del artista excéntrico e inconstante, pero frente a la cámara resulta desaforado. Lo mismo se puede decir de su compañera de reparto Marsha Mason y de la niña Quinn Cummings. Los diálogos que con probabilidad funcionan bien en la obra de teatro suenan aquí faltos de realismo, los ademanes pertenecen más al guiñol que a la pantalla. Una impresión que se traslada al resto de elementos que integran el film, tanto por exceso en el tono como por defecto en la técnica, bastante plana y sin aportaciones destacables.
En definitiva, La chica del adiós ilustra el envejecimiento de este tipo de producciones tan características de su época, cuando el cine pretendía adquirir prestigio mimetizando los aciertos del teatro sin recaer en que los dos formatos son compatibles pero emplean lenguajes diferentes.