Harold y Maude. 1971, Hal Ashby

Un niño rico trata de combatir el aburrimiento de su vida acomodada asistiendo a funerales y fingiendo todas las formas posibles de suicidio. Su obsesión por la muerte empieza a tambalearse cuando conoce a una anciana vitalista con la que entabla una peculiar relación. Esta premisa, ideada por el debutante Colin Higgins, sirvió para que Hal Ashby emprendiese su segundo largometraje como director después de haber adquirido relevancia montando algunas de las películas de Norman Jewison. Tal vez estas circunstancias expliquen el amateurismo de Harold y Maude, una comedia cuya originalidad y voluntad de transgresión quedan amortiguadas por la falta de pericia de sus responsables.
Los problemas empiezan ya desde el guión, convertido en una sucesión de gags que al principio pueden sorprender (las muertes simuladas de Harold, las carreras en coche de Maude), pero que van perdiendo impacto según se repiten en sucesivas escenas. Los recursos cómicos resultan, por otro lado, bastante simples e ingenuos, incluso cuando se cuestionan algunos de los estamentos que rigen el sistema, encarnados en los personajes del militar, el cura y el psicólogo. Los diálogos carecen de naturalidad, especialmente las sentencias que recita la entrañable Maude, un compendio de palabras lúcidas y sabias que parecen extraídas de algún manual de auto-ayuda. Y este es otro de los problemas de la película, el didactismo que desprende su moraleja y el humor infantil que Ashby pretende hacer pasar por provocador y que, en realidad, lo es tanto como una pedorreta entre colegiales.
Tampoco el director se muestra inspirado en la puesta en escena ni en la planificación. Si acaso, algunos encuadres de composiciones geométricas en los interiores de la mansión consiguen salvar el conjunto de la apatía visual, agravada por los característicos desenfoques y zooms ópticos de la época. Y es que Harold y Maude es una película producto de su tiempo, con un final impregnado de filosofía hippy, una banda sonora repleta de canciones de Cat Stevens que entran y salen a machetazos, y una interpretación por parte de Bud Cort que parece una versión aniñada de Malcolm McDowell. Mejor suerte corre Ruth Gordon, su compañera de reparto, quien llena de humanidad al personaje de Maude. Ambos cargan con todo el peso de este film que hubiese sido un estupendo cortometraje, y que se va estirando a fuerza de repetir sus hallazgos para adoptar la forma de película.