Isla de perros. "Isle of dogs" 2018, Wes Anderson

Casi una década después de Fantástico Sr. Fox, el cineasta Wes Anderson dirige su segunda película de animación empleando la técnica de stop motion. Una opción laboriosa y artesanal que guarda plena coherencia con la figura que representa Anderson dentro de la industria: el artista concienzudo que se sitúa al margen de los cánones de Hollywood y es capaz de embarcar a las celebridades en sus personalísimas obras de autor.
La clave es que semejante forma de hacer cine ha conseguido conectar con una legión de seguidores que aplauden su originalidad y resistencia a dejarse domesticar, manteniendo el sello inconfundible de sus películas y ampliando el espectro de su imaginario. Dentro de las múltiples referencias que maneja el director, esta vez su mirada se posa en el lejano Oriente, un escenario que se adapta a la perfección a las composiciones geométricas de sus encuadres y a las angulaciones tan características de la cámara. Pero el decorado principal es la Isla de perros que da título al film, un territorio inventado que se suma al universo andersoniano tan fértil al humor y la aventura.
Esta vez, el texto parte de una idea propia de Anderson en compañía de algunos de sus colaboradores habituales (Roman Coppola, Jason Schwartzman). Lo primero que llama la atención es que se trata de una película más adulta y oscura que Fantástico Sr. Fox. Ambas entonan cantos a la libertad individual y colectiva, son alegorías de un estado represor que puede ser derrotado con valor e ingenio. Pero en el caso de Isla de perros, la fábula es más evidente puesto que el personaje antagonista es el presidente corrupto de un gobierno autoritario. Conviene detenerse en este aspecto poco explorado del cine de Anderson, ya que el empaque visual y el influjo estético de sus películas suelen sepultar cualquier posible lectura política o social.
Por eso, más allá del humor absurdo y de las referencias culturales, se debe reconocer a Wes Anderson como un humanista cuyos personajes mantienen con firmeza sus códigos éticos y recuperan mitos como el de Edipo para explicar la relación entre el niño protagonista y su padre. Isla de perros plantea también una diáspora canina que se transporta con facilidad a la actual coyuntura de los inmigrantes dentro y fuera de los Estados Unidos. Elementos que se integran en la trama con naturalidad y sentido del ritmo, provocando situaciones de comedia y acción.
Tal y como cabía esperar, la animación de la película resulta deslumbrante. La plasticidad y el dinamismo de las imágenes, el uso del color y la fotografía de Tristan Oliver (todo un especialista en iluminar en stop motion, como prueban sus trabajos en los estudios Aardman y Laika), dotan de vida a la amplia multitud de personajes, ya sean humanos o animales. Estos atributos y otros más hacen de Isla de perros un gozoso espectáculo de enorme belleza y contenido aleccionador que, no obstante, despistará a los espectadores más pequeños El motivo es que la narración está salpicada de repentinos saltos en el tiempo y que numerosas escenas están habladas en japonés, decisiones acordes con el relato pero que terminan por enfriar las pretensiones comerciales de la película. Nada de esto afecta a su calidad, tan exigente como el resto de la filmografía de Wes Anderson.
A continuación, una breve explicación del proceso creativo con el que las marionetas cobran vida en la pantalla. Un ejemplo del potencial de la tecnología aplicada al arte y la narración: