The rider. 2017, Chloé Zhao

"Qué proporciones desmesuradas/ adquiere lo minúsculo/ si las condiciones le son favorables." Estos versos de Karmelo C. Iribarren definen a la perfección el espíritu de The rider, una película sobre las tragedias cotidianas y los sueños rotos de personas que despiertan de golpe a la realidad. Así es como comienza el film, con el despertar del protagonista tras haber fantaseado con el galope de un caballo. El joven aspirante a campeón de los rodeos se levanta y comprueba frente al espejo que ya no podrá dedicarse a lo que más le gusta, porque tiene la cabeza remendada a consecuencia de una mala caída. La odisea personal que tendrá que vivir Brady a partir de entonces marcará el desarrollo del segundo largometraje dirigido por Chloé Zhao, quien ya había recorrido en Songs my brothers taught me los polvorientos caminos de la América profunda.
A primera vista, The rider parece una película pequeña, casi íntima. La mayor parte del metraje se concentra sobre el rostro de Brady Jandreau, quien se interpreta a sí mismo y fija ante la cámara las circunstancias reales que han marcado su vida. Sin embargo, no se trata de un documental. Tanto el lenguaje visual y sonoro que emplea Zhao como su relación con el relato hacen trascender la película más allá de la adscripción a un género determinado (el drama) y a un formato (la ficción), aproximándose por momentos al poema y a la pieza de artesanía cinematográfica. Por eso, The rider ofrece mucho más de lo que muestran sus imágenes y su arraigo con la tradición del cine independiente norteamericano. Es un ejercicio de síntesis narrativa capaz de comprimir el desencanto de una generación golpeada por la crisis en una tragedia individual, de carácter profundamente humano.
La directora continúa explorando algunos de los temas que más le interesan: la familia, la relación con el entorno y el retrato de la clase obrera. En lugar de filmar un análisis pormenorizado o elaborar un panfleto, Zhao aplica la observación atenta sin intervenir, mediante el uso frecuente de insertos y planos de detalle. En The rider, los conocidos como close-ups tienen tanta importancia como el resto de las imágenes, estableciendo a través del montaje analogías formales (el ojo del caballo y el ojo del protagonista) y simbólicas (el paso del tiempo y los ciclos naturales representados en las plantas y en la actividad del viento). La fotografía de Joshua James Richards adquiere gran importancia a la hora de materializar en la pantalla las ideas que contiene el film, a través de una paleta de colores de tonos apagados y luces muy horizontales, puesto que gran parte de The rider transcurre en atardeceres y otros momentos cuya iluminación compromete a todo el equipo. El resultado es de una belleza directa y sin florituras, una sucesión de postales en las que la figura humana adquiere su verdadera dimensión dentro del paisaje.
En suma, The rider ofrece cien minutos de emoción contenida gracias al talento de Chloé Zhao como escritora inspirada y directora atenta, una autora que logra extraer oro de un reparto de actores no profesionales, entre los que brilla la mirada incierta y vulnerable de Brady. El actor y la directora establecen un vínculo que atraviesa la pantalla y posee una carga lírica que no precisa de acentos ni de recursos altisonantes, con una complejidad que queda oculta bajo su aparente sencillez.