Love Story. 1970, Arthur Hiller

La década de los setenta comenzó marcada por la incertidumbre. Los productores de los grandes estudios ignoraban a qué espectadores debían dirigir sus películas, ya que por un lado estaban los jóvenes que se manifestaban en contra de la guerra en Vietnam y que apoyaban las movilizaciones en favor de los derechos civiles, y por otro lado estaban sus padres, la generación que acumulaba el poder adquisitivo y que aspiraba a asumir responsabilidades tras haber procreado el baby boom. Una brecha tan grande que parecía imposible definir las preferencias del público en los Estados Unidos y concitar sensibilidades tan opuestas. Sin embargo, Love Story obtuvo tal éxito que se convirtió en un fenómeno social y extendió su influencia por todo el planeta.
La fórmula parece fácil: una pareja protagonista interpretada por actores con muy poca experiencia y una gran fotogenia, Ali MacGraw y Ryan O'Neal, que seducía a los estudiantes al mismo tiempo que alimentaba su sensación de pertenencia generacional. En el reparto también hay un veterano con capacidad para infundir el respeto de los mayores, Ray Milland, aunque ninguno de ellos tiene personajes sólidos a los que agarrarse. No importa, porque el guión de Erich Segal, quien adapta su propia novela, es de una simplicidad en la que no caben dobleces ni trasfondos, lo cual facilita su alcance mayoritario. Love Story recurre a una fórmula que ha deparado abundantes éxitos (Grease, Dirty DancingTitanic, El diario de Noa) que es la de hacer una versión contemporánea de Romeo y Julieta, cambiando la rivalidad entre castas por la diferencia de clases sociales. En Love Story, la acción se trasladada a un Nueva York invernal, de luz fría y escenarios urbanos. Tal vez el aspecto más atractivo de la película sea este, el retrato a pie de calle de la ciudad sin la estilización habitual de los romances en el cine.
El director Arthur Hiller hace un trabajo irregular, en el que conjuga aciertos visuales (algunos movimientos de cámara que acompañan a los actores) con recursos propios de la época que no han envejecido bien (zooms, secuencias musicales). La célebre partitura de Francis Lai lo embadurna todo de una melaza sentimental que marca la identidad del film, cursi, plañidera y bastante pegajosa. No hay novedades a la vista: el desenlace de Love Story remite al melodrama del Hollywood clásico presente en el cine de Borzage o Sirk, por ejemplo, pero el recuerdo de aquellos amores truncados por la fatalidad se vuelve grotesco cuando es sacado del contexto del pasado y pretende actualizarse mediante el vestuario y las nuevas costumbres, sin reflejar una realidad en plena efervescencia social, cultural y sexual. Tal vez por esta razón, la película resultó un tremendo éxito. Puede que el público acudiese a las salas para evadirse de las complejidades del día a día y disfrutar viendo cómo se sufre en la ficción con problemas mil veces representados antes y en los que el sentimentalismo campa a sus anchas y sin complejos. Es decir, lo mismo que sucede hoy y que seguirá pasando mientras el mundo gire.