La novia del desierto. 2017, Cecilia Atán y Valeria Pivato

Si hay un dicho popular que define con exactitud el cine es: las apariencias engañan. Buena prueba de ello es que hay películas grandilocuentes cuyas aparatosas imágenes no cuentan nada, y películas modestas capaces de narrar cosas importantes. La novia del desierto pertenece al segundo grupo. Las directoras Cecilia Atán y Valeria Pivato debutan con una producción austera de medios limitados que obtienen, sin embargo, resultados de gran valor.
Para alcanzar este logro, ambas emplean una estrategia que parece sencilla, pero en realidad no lo es. Primero parten de una idea básica y directa: el cambio de vida de una mujer madura que ha permanecido siempre protegida por las mismas costumbres, y que de pronto se ve envuelta en una circunstancia inesperada que le hará replantear sus convicciones. Esta transformación se localiza en un escenario alejado de su rutina en Buenos Aires, como es el paisaje agreste de la provincia de San Juan, en el Oeste de Argentina. Allí se produce el encuentro de Teresa, la mujer protagonista, con un vendedor ambulante al que llaman el Gringo. Los motivos de la disrupción los descubrirá el espectador al principio del film, por eso es importante fijarse en la manera en que las directoras son capaces de desarrollar el planteamiento y generar expectativas acordes al tono y la atmósfera que se respira en La novia del desierto.
La película invita a la participación del público, otorgando a los silencios el mismo grado de elocuencia que los diálogos, así como la intrahistoria adquiere el mismo nivel dramático que la historia. Durante el primer acto, Atán y Pivato cuentan el pasado reciente de la protagonista mediante flashbacks que se intercalan con el presente. Una vez que se afianza la relación entre Teresa y el Gringo, la trama transcurre de manera lineal a los acontecimientos, lo que señala el punto de inflexión que supone este vínculo para Teresa.
Todos estos recursos narrativos encuentran su reflejo en la pantalla. Así, las directoras emplean elementos ópticos como el desenfoque para aislar a Teresa del entorno, además de la dimensión sonora, muy cuidada y expresiva (sirva como ejemplo la escena inicial en la que Teresa deambula por el mercado, cuando se avecina la tormenta). La novia del desierto mantiene la concordancia entre el fondo y la forma sin olvidar, ante todo, los sentimientos que mueven a los personajes. Sus motivaciones eluden el artificio y la evidencia, gracias a las interpretaciones rebosantes de credibilidad de Paulina García y Claudio Rissi, quienes manejan con destreza todas las herramientas a su alcance (mirada, voz, gesto...) Sus distintos caracteres se complementan a la perfección y llenan de humanidad el encuadre, provocando momentos de una emotividad contenida y sutil. Estas dos cualidades definen bien el trabajo de Cecilia Atán y Valeria Pivato, cineastas que con su primera película labran una pequeña joya que merece la pena descubrir.