El prestamista. "The Pawnbroker" 1964, Sidney Lumet

La primera parte de la filmografía de Sidney Lumet se caracteriza por su marcado carácter literario, con numerosas adaptaciones de novelas y obras de teatro de envergadura. Eran los años 50 y 60 y el joven director norteamericano se volcó en trasladar a la pantalla historias intensas y de alto contenido dramático firmadas por Tennessee Williams, Arthur Miller, Eugene O'Neill, Antón Chéjov... A esta época pertenece El prestamista, película que traduce en imágenes la novela homónima de Edward Lewis Wallant.
El film comienza con una idílica escena campestre en la que una familia se dispone a almorzar. La música y los planos ralentizados hacen presagiar que se cierne una amenaza, la cual se concretará más adelante. El recuerdo de este momento se repetirá una y otra vez en la memoria del protagonista, por medio de brevísimos insertos (a modo de fotogramas subliminales) que irrumpirán años después en la vida de Sol Nazerman. Una vida devastada, que entronca directamente con el nihilismo literario de los escritores existencialistas del siglo XX (Kafka, Sartre, Camus). El personaje que da título a la película padece la soledad del superviviente, el horror nazi le arrebató todo cuanto quería y, desde entonces, se comporta como un cadáver encerrado entre los barrotes de su negocio en el Harlem de Nueva York.
La mirada y el gesto derrotado del personaje encuentran su molde perfecto en Rod Steiger, actor que realiza aquí una de sus más notables interpretaciones. Imbuido por el método del Actors Studio, Steiger se transmuta en un Nazerman doliente y cabizbajo, la viva personificación de la desgracia. Sus compañeros de reparto ejercen el contrapunto necesario de humanidad y cumplen con la misma eficacia que Steiger, completando la pequeña fauna urbana que frecuenta su tienda de empeños: gente que acude en busca de conversación, que ofrecen sobre el mostrador sus enseres personales o que regresan para recuperar aquello de lo que se desprendieron durante una mala racha.
El prestamista tiene un marcado espíritu independiente y algunos destellos de vanguardia que se evidencian, sobre todo, mediante el montaje. Lumet reviste el ambiente de una estética expresionista, gracias a la fotografía en blanco y negro de Boris Kaufman, y a una puesta en escena que saca el máximo partido de los decorados. La cámara se mueve redefiniendo los encuadres y articulando un lenguaje de escalas y ángulos de imagen, siempre al servicio de la trama. El vía crucis ordinario que atraviesa el personaje está salpicado de secuencias de exteriores muy realistas, filmadas en plena calle a modo de documental, que desvelan el lado hostil y descarnado de la ciudad. Lumet consigue crear una atmósfera que envuelve la película con ayuda de Quincy Jones, cuya música alterna temas de jazz vigoroso con composiciones introspectivas, según lo exige el relato.
Sidney Lumet logra eso tan complejo que es impactar sin ser explícito, y dejar huella en el espectador esquivando las evidencias. No son necesarias. El director sabe que los explosivos de profundidad causan mayor daño que los de superficie, y que la realidad del holocausto y los campos de concentración supera cualquier horror de la ficción. Aunque ver El prestamista resulte una experiencia árida y desasosegante, merece la pena tomarla como ejemplo de las habilidades de su director, un joven Lumet en estado de gracia que hace girar todos los elementos de la película en torno al guión y al magnífico trabajo del actor principal. A continuación, unas palabras en su propia voz acerca del estilo y la naturaleza de su cine: