GALLOS DE PELEA. "Cockfighter" 1974, Monte Hellman

Corre el año 1974 cuando Monte Hellman dirige Gallos de pelea, una película que recupera la estructura narrativa y las cualidades de Carretera asfaltada en dos direcciones, su anterior film estrenado tres años atrás. Para ello cuenta con la producción de Roger Corman quien, fiel a sus costumbres, impone un plan de rodaje acelerado y muy precario que termina por condicionar el resultado de la película. No necesariamente de manera negativa, ya que la inmediatez en la filmación de Gallos de pelea alcanza cierto tono documental que intensifica el naturalismo con una fuerza inesperada y singular.

El escritor Charles Willeford adapta su propia novela en la que se sumerge en las profundidades del Sur de los Estados Unidos, un reguero de pueblos donde los trabajadores tratan de olvidar sus rutinas apostando en las peleas de gallos. Por allí recala Frank, un buscavidas que lleva a rajatabla la promesa de no volver a hablar hasta haber conseguido la medalla que le acredite como ganador en el torneo principal. Perdió su oportunidad en el pasado a causa de ser un bocazas y beber demasiado, con lo cual le espera un duro trayecto hasta recuperar la dignidad. Nadie mejor que Warren Oates para interpretar a este personaje a medio camino entre la introspección y el cine mudo, un perdedor que aspira a encontrar el gallo que cambie su suerte. En su camino se cruzan personajes encarnados por Harry Dean Stanton, Millie Perkins o Laurie Bird entre otros, todos ellos ajustados a sus papeles y capaces de transmitir verdad.

Verdad es una palabra que define bien la película. A veces es una verdad incómoda, puesto que Gallos de pelea contiene duras imágenes de sufrimiento animal en una época en la que el cine era más explícito y el público más permisivo a este respecto. La voluntad de verismo a la que aspira Hellman no escatima detalles y, gracias a que las peleas están magníficamente montadas por Lewis Teague (en su último trabajo antes de pasar a la dirección), resultan soportables dentro de un conjunto dotado de crudeza. Crudos son también los planos, por poco cocinados. La iluminación natural, los colores empastados, la granulosidad del fotograma, los escenarios polvorientos... Gallos de pelea luce en todo momento una estética genuina que consigna el aquí y el ahora, reflejo de una Norteamérica rural y algo cateta, siempre fascinante en lo visual. Es un universo lleno de iconos provenientes del western y la road-movie, géneros que Hellman filtra por el costumbrismo con la inestimable ayuda de Néstor Almendros. Este es el primer rodaje del director de fotografía en los Estados Unidos y, aunque la premura de la filmación no le permite alcanzar el nivel habitual de perfección y refinamiento, su talento para elaborar imágenes con identidad permanece intacto.

Por todos estos motivos merece la pena tener en cuenta Gallos de pelea. Un título pocas veces reivindicado pero muy representativo de la década de los setenta y, sin duda, uno de los más acertados de su director, el irreductible Monte Hellman.