NARCISO NEGRO. "Black Narcissus" 1947, Michael Powell y Emeric Pressburger

En la década de los cuarenta, los cineastas Michael Powell y Emeric Pressburger unen sus talentos para desarrollar una serie de films que se caracterizan por su alta sofisticación e imaginería desbordante. Títulos imperecederos como A vida o muerteLas zapatillas rojas que escriben, dirigen y producen a través de The Archers, la productora que ellos mismos crean para salvaguardar su independencia y singular estilo.

Esta libertad permite que una película como Narciso negro pueda salir adelante. Tomando como base la novela homónima de Rumer Godden, los directores despliegan un portentoso ejercicio de manierismo que, lejos de resultar superficial, contiene poso dramático, emoción y contundentes lecciones de cine. La historia cuenta las dificultades de una congregación de monjas británicas a las que se les encomienda abrir un sanatorio y una escuela en un templo situado en las montañas del Himalaya. El inevitable choque cultural que se expone en el planteamiento irá derivando en la quiebra de las relaciones entre ellas y el influjo que ejerce un hombre nada piadoso que vive en las inmediaciones. Lo lógico sería que semejante argumento diese lugar a un melodrama romántico, sin embargo, Narciso negro es una película de suspense gobernada por pasiones contenidas que se desatan en la parte final. El primer acto incluso adopta la estructura de una epopeya clásica en la que las protagonistas son elegidas según sus cualidades antes de asumir la misión y marchar hacia lo desconocido. Esta capacidad de mezclar géneros (el clímax tiene mucho de terror y hay abundantes toques de comedia) convierte el visionado en un placer hipnótico al que es imposible sustraerse.

Lo más llamativo es ese atrevimiento tan propio de Powell y Pressburger que les induce a bordear el exceso en todo momento, sin miedo a que el gran guiñol que van construyendo se desmorone. No se trata de una película realista, al contrario. Los complicados planos abundan en angulaciones forzadas, trucos ópticos, maquetas, decorados suntuosos, movimientos de cámara que no buscan la funcionalidad sino la expresión de sentimientos... en suma, una acumulación de elementos que conforman un lenguaje cinematográfico plenamente consciente de sí mismo. Pero en vez de un defecto, este artificio supone el mayor aliciente de Narciso negro, ya que define su identidad y envuelve al espectador en una atmósfera sugerente y muy atractiva, gracias a la fotografía de Jack Cardiff. Las imágenes coloristas y el montaje de Reginald Mills logran crear un universo extraño y singular, que incide en el temperamento de los personajes.

Porque Narciso negro es una película de personajes, y la evolución de estos marca el devenir de la narración. El reparto elegido con sabiduría termina de redondear el conjunto, con Deborah Kerr a la cabeza, tan matizada y convincente como de costumbre. Le acompañan un buen número de actores provenientes en su mayoría del teatro, como David Farrar y una sorprendente Kathleen Byron, además del inevitable Sabu y una jovencísima Jean Simmons, quien se vale en exclusiva del lenguaje corporal para interpretar a su personaje, ya que no pronuncia palabra alguna... es una lástima que desaparezca en el segundo acto y sin motivo claro, lo que vuelve su presencia accesoria. El guion también adolece de alguna elipsis demasiado brusca (no se entiende que se omita la llegada de las monjas al templo) y de la pérdida de relevancia de ciertos personajes que en principio parecían tener más peso. Son leves imperfecciones que no aminoran la grandeza de Narciso negro, una obra única, arrebatada y sublime, que supone una de las cumbres en la filmografía de Michael Powell y Emeric Pressburger. Vista hoy continúa siendo moderna, ya que no pertenece a ninguna época. Era innovadora cuando se estrenó y lo será dentro de muchos años a causa de su prodigioso sentido visual (cuya huella se adivina en el cine de Scorsese, Winding Refn o Wes Anderson) y de su evidente falta de prejuicios, que hace que la película camine sobre el alambre y salga indemne de todos los riesgos.