WEEKEND. 1967, Jean-Luc Godard

A mediados de los años sesenta, Jean-Luc Godard abandona los postulados de la nouvelle vague que él mismo ayudó a definir para iniciar una etapa de películas de contenido político con influencia maoísta. La experimentación que siempre ha estado presente en su cine se radicaliza y alcanza cotas inéditas desde la época del surrealismo, una de las mayores influencias de Weekend. De hecho, el metraje contiene alusiones directas a Breton y Buñuel, además de otras referencias a autores y personajes ficticios y reales. Todo bien destilado hasta obtener un Godard puro, esencial.

La voluntad del director por demoler las convenciones del lenguaje cinematográfico se encuentra en su plenitud, y no solo en términos formales. También se impone el afán por subvertir las leyes clásicas de la narración, mediante un argumento que juega con el simbolismo y que acelera o dilata la acción buscando efectos precisos. Porque la revolución que plantea Godard tiene un profundo calado intelectual que está lejos del pensamiento automático, encaja en un discurso de carácter filosófico, social e histórico acorde a los momentos previos a las revueltas de mayo del 68. Weekend es una película muy arraigada a su tiempo y así debe ser vista hoy.

El argumento describe la odisea a través de la campiña francesa de una pareja de burgueses que pretenden llegar a Oinville, donde viven los padres de ella, para reclamar la herencia que llevan tiempo esperando. El hecho de que los ancianos todavía vivan no es impedimento, puesto que existe el propósito de darles muerte si es necesario. La violencia es constante durante todo el trayecto. Desde antes incluso de comenzar el viaje hasta después de llegar al destino, los protagonistas interpretados por Mireille Darc y Jean Yanne se cruzan con multitud de personajes con los que confrontan haya o no motivo. Godard emplea la estructura de road movie para representar un mundo en descomposición y una crítica a la deshumanización de la sociedad embrutecida por el consumo. Los recursos utilizados por el autor para que el conjunto adopte hechuras de fábula moderna son el absurdo y la sátira, siempre llevados un paso más allá de lo que recomendaría la prudencia, hasta alcanzar un desenlace con connotaciones del teatro de la crueldad de Artaud.

Weekend está planteada como una sucesión de escenas (algunas de ellas convertidas en iconos, como el largo plano secuencia que recorre la carretera atascada por el tráfico), las cuales conforman un film-ensayo que admite diversos puntos de vista, todos ellos filtrados por el humor negro. Acaso sea el único remedio capaz de hacer digerible la bilis segregada por Godard, es el esperpento como antídoto para soportar el espanto que produce el sistema.

La transgresión se manifiesta también mediante imágenes y sonidos que a veces obstaculizan la percepción del mensaje (con contraluces, por ejemplo, o pasajes musicales que se solapan a los diálogos), y movimientos de cámara fluidos. Weekend supone la última colaboración de Godard con Raoul Coutard, su director de fotografía habitual durante los primeros años, quien saca el máximo provecho de la luz natural en exteriores. La música de Antoine Duhamel termina de redondear el conjunto, una diatriba contra ese supuesto progreso que trata de domesticar la conciencia de la ciudadanía pervertida por los ideales del dinero y el poder. El propio Godard parece hablar por boca de uno de los personajes episódicos que intervienen en la trama, un profeta impulsivo que sentencia: "He venido a anunciar a los tiempos modernos el fin de la era gramatical y el principio del flamígero en todos los campos, sobre todo en el cine."

A continuación, el trailer de Weekend elaborado por el director. Una pequeña pieza audiovisual que se olvida de los imperativos comerciales y propone un montaje disruptivo con más interrogantes que respuestas. Ya sea en grandes cucharadas o en pequeñas dosis, Godard siempre es Godard: