LA FELICIDAD. "Le bonheur" 1965, Agnès Varda

Dentro de la literatura francesa, existe una tradición del relato libertino que prospera en el siglo XVIII y que describe una situación de infidelidad en el ambiente de la burguesía. Son historias consagradas al placer de los protagonistas, de moralidad laxa y que se recrean en los detalles para generar una atmósfera dominada por los sentidos: los interiores palaciegos, los jardines y la naturaleza en su conjunto son escenarios proclives al romance, ilustrados con gran refinamiento por los artistas de la época.

Angès Varda recupera este esquema narrativo y lo actualiza en su tercer largometraje con un título que juega con la ambigüedad: La felicidad. Bien sea por exceso o por defecto, el concepto de felicidad es cuestionado por la directora belga en una película que adopta la estructura de un círculo. Las escenas de inicio y de final muestran a una familia dichosa que pasea por el bosque, en el primer caso sucede en primavera y con las personas acercándose de frente, en el segundo caso en otoño y con un alejamiento de espaldas. Se trata de la misma familia, salvo que durante el metraje ha cambiado uno de los miembros, la mujer. Varda convierte a la esposa y madre en beneficiaria de la felicidad propia y en víctima de la felicidad ajena, semejante a la idea de libertad expresada por Sartre ("mi libertad acaba donde empieza la de los demás"). La felicidad representada por Varda se adapta al moderno estado del bienestar que exige ciertos sacrificios: el trabajo, el respeto por las costumbres y el acatamiento de las normas. Por supuesto, este modelo es doblemente exigente con las féminas.

En lugar de burgueses, los personajes de Varda pertenecen a la clase media. Los entornos son cotidianos y se celebra la vida de provincias, todo estilizado con esmero en imágenes que beben del impresionismo y la ilustración. La felicidad es la primera película en color de la cineasta, un estallido cromático que desborda la pantalla y emborracha las pupilas del espectador. Las secuencias se suceden con fundidos en colores primarios que anuncian los tonos dominantes en cada ocasión, un trabajo portentoso del director de fotografía Jean Rabier en perfecta sintonía con los departamentos de decoración y vestuario.

Jean-Claude Drouot debuta como actor rodeado de su familia real, la actriz Claire Drouot y sus hijos. El tercer vértice del triángulo lo interpreta Marie-France Boyer, quien encarna el papel de mujer que sigue los pasos de su antecesora. La crítica de Agnès Varda, velada y nunca evidente, consiste en denunciar la funcionalidad de la mujer en un sistema que hace de ella una pieza destinada a emparejarse, procrear y, por lo tanto, puede ser sustituida. La directora no duda en incluir momentos de cortejo y de intimidad sexual, de cuidado y de amamantamiento, de boda y de rutina conyugal... ritos necesarios para perpetuar la especie y que ponen a prueba el ideal de felicidad, siempre tan relativo.

Agnès Varda logra proponer estas y otras reflexiones en menos de ochenta minutos que dura La felicidad, gracias a la concisión y la sencillez aparente del conjunto. Janine Verneau realiza un montaje que a veces potencia la fluidez de los movimientos de cámara y a veces resulta disruptivo, según la sensación que se quiere provocar en el público. Bajo la apariencia de cuento moral al estilo de Rohmer, Varda incluye experimentos formales que sitúan la película en su tiempo y que, vistos hoy, siguen sorprendiendo. En definitiva, La felicidad es un ejercicio de estilo cargado de contenido, un film que proporciona el gozo estético de una pintura en movimiento al compás de la música de Mozart y que, aunque parezca un sueño, oculta en su interior una pesadilla.

A continuación, un ilustrativo reportaje cortesía de la Filmoteca de Sant Joan d'Alacant. Que lo disfruten: