El título hace referencia al periodo de prueba que atraviesa un trabajador de la construcción en una empresa de Barcelona en la que opta a asentarse. La relación con sus compañeros y con los clientes define la evolución del relato, una cronología de momentos que describen una España reconocible y diversa. Ballús emplea un estilo despojado de artificio que prima la inmediatez sobre el detalle, dando importancia al entorno donde suceden las acciones. Se nota que la directora no ha querido filmar muchas tomas y que ha buscado fomentar la gran baza de sus intérpretes: la frescura. Esto no implica descuido, sino la exigencia de una planificación sencilla y depurada que sintetiza la narración mediante los recursos únicamente necesarios para contar la historia. Así, no hay movimientos de cámara ni un montaje exhaustivo que pueda dilatar las escenas, por ejemplo. En lugar de eso, lo que hay es una observación a veces distanciada que convierte al público en testigo y le permite, por tanto, emitir su propio juicio acerca de lo que ocurre en la pantalla.
La fijación de Neus Ballús por lo cotidiano llega hasta tal punto que incluso omite las secuencias que podrían tener mayor peso dramático (la pelea con el albañil, el examen de catalán) en favor de mantener un tono equilibrado que no aparte al film del más estricto naturalismo. Desde luego, hay elementos propios de la ficción (la música de René-Marc Bini), pero es evidente que Seis días corrientes no contiene prodigios técnicos ni llamativos giros de guion, porque no hacen falta. Lo que sí posee es cercanía y verosimilitud, méritos que no se obtienen con ningún efecto especial y que hacen de esta película una de las sorpresas más estimulantes del reciente cine español.