En Dispararon al pianista quedan representadas algunas de las personalidades más destacadas de la música brasileña de la segunda mitad del siglo XX, quienes prestan su testimonio para dar veracidad a la historia y completar el paisaje de una época efervescente. Un coro de voces que el equipo de Mariscal ilustra con un estilo a la vez realista y sencillo, con pocas líneas muy marcadas y un tratamiento del color de gran expresividad. Aunque el aspecto visual es menos elaborado que el de Chico y Rita (algo que se aprecia sobre todo en el movimiento de las figuras y en la técnica de animación, más tosca y cercana al boceto), es difícil no dejarse seducir por la policromía de las imágenes. Hay secuencias como la interpretación de Embalo que son un regalo para los ojos, además de para los oídos. Los dos directores imprimen su hedonismo militante en esta oda al placer y el talento, en contraposición a la oscuridad y el terror que se denuncian a propósito de la Operación Cóndor, que asoló gran parte de América Latina durante los años setenta y ochenta. Una vez más, la música ejerce como escudo contra la barbarie y la voz de los supervivientes es el remedio contra el silencio y el olvido que los represores quisieron implantar.
Detrás de la belleza estética del film hay una intensa labor de documentación que da solidez al conjunto, aunque en ocasiones pueda haber un exceso de información que termina por alargar el metraje. Algunas declaraciones se antojan reiterativas, con insistencia en remarcar el genio de Tenório y las extrañas circunstancias que rodearon su muerte. Son evidencias que aminoran el vuelo de la película sin llegar a frenarlo, puesto que sus virtudes son obvias: un relato que mantiene el interés, un diseño creativo muy inspirado y una correlación entre ambos natural y fluida. Pero sobre todo, Dispararon al pianista es un gozoso tributo a los músicos de un género que logró conquistar el mundo.