PORTRAIT D'UNE JEUNE FILLE DE LA FIN DES ANNÉES 60 À BRUXELLES. 1994, Chantal Akerman

En los años noventa, la productora Chantal Poupaud pone en marcha una serie de telefilms para el canal Arte, realizados por distintos autores que muestran sus respectivas miradas sobre la juventud. Una de las cineastas invitadas es Chantal Akerman, quien sitúa en su Bruselas natal Portrait d'une jeune fille de la fin des années 60 à Bruxelles. Lo curioso es que la historia no está ambientada en los 60 sino en el presente en el que se filma la historia, debido a que Akerman se basa en algunos recuerdos de cuando era adolescente y deambulaba por aquella misma ciudad.

Eso es lo que cuenta la película: el incesante paseo de una muchacha que ha decidido ausentarse del instituto y, a lo largo de un día, recorre tiendas de discos, establecimientos de comida, calles y más calles, en compañía de un chico al que conoce en un cine. Ambos no paran de conversar sobre lo divino y lo humano, mediante diálogos a veces densos (ella adora a Sartre y cita de memoria a Kierkegaard) con una visión crítica de la realidad. En verdad, todo es un prolegómeno hasta la salida de clases de su mejor amiga, con quien pretende asistir a una fiesta. Akerman aprovecha la situación para tratar algunos de sus temas predilectos: la incomunicación, el amor, la familia, el conocimiento frente a la banalidad... a riesgo de caer en cierto tono discursivo, que resultaría demasiado literario si no fuese porque la directora emplea un lenguaje cinematográfico rico y lleno de movimiento.

Más allá de la exuberancia verbal contenida en el guion, este retrato firmado por Akerman es una lección de cómo concordar lo visual con lo narrativo. Tanto la planificación como el montaje encajan con las intenciones que expresa el relato, así, por ejemplo, hay una elección en los encuadres de aislar a la protagonista respecto a los personajes que se relacionan con ella, remarcando su dificultad de conectar con el mundo. Esto provoca un uso ejemplar del fuera de campo que se aprecia, sobre todo, en la secuencia final del baile en la fiesta. Akerman mantiene la cámara sobre el primer plano de su heroína sin necesidad de una correspondencia subjetiva porque todo está ahí, en los ojos de la chica decepcionada. Hay más muestras de este efecto durante el metraje que favorecen el reconocimiento del espectador con la protagonista, una identificación que la directora desarrolla con un gran sentido del movimiento y la composición de los elementos en la imagen.

Pero nada de esto funcionaría sin la frescura y el talento de Circé Lethem, actriz debutante que sostiene el peso del film. Chantal Akerman encuentra en ella a su perfecta alter ego juvenil, bien secundada por Julien Rassam. La pareja de intérpretes dota de humanismo y naturalidad a esta película que consigue escapar de las convenciones del telefilm para ofrecer un resultado que es puro cine, uno de los trabajos más redondos de una directora siempre interesante.