MAMÁ NEGRA, MAMÁ BLANCA. "Black mama, white mama" 1973, Eddie Romero

El final del código Hays a finales de los años sesenta provoca la proliferación de títulos independientes de diversos géneros que son condimentados con abundantes dosis de erotismo y violencia, una amalgama de películas baratas encaminadas a satisfacer las bajas pasiones del público de sesión doble. Hay ciertas características comunes que vienen heredadas de la serie B de los cincuenta (son producciones muy precarias de corta duración y sin estrellas en el reparto) que se adaptan a los nuevos tiempos y sirven como bálsamo para la clase obrera, a la vez que son reivindicadas por los movimientos alternativos y contraculturales que emergen en las grandes urbes. Mamá negra, mamá blanca encaja perfectamente en esta categoría de películas, denominadas cine de explotación, muchas de las cuales encuentran cobijo en el estudio American International Productions.

Uno de los directores que se especializan en este campo es el filipino Eddie Romero, quien logra realizar su tercera producción norteamericana juntando a dos iconos como Pam Grier y Margaret Markov. Ellas encarnan a la mamá negra y la mamá blanca que dan nombre al film, una derivación argumental de The Hot Box que los guionistas Joe Viola y Jonathan Demme idean un año antes. El escenario vuelve a situarse en el libidinoso mundo de las cárceles de mujeres, de donde escapan las dos protagonistas unidas por una cadena. Romero toma como referencia The Defiant Ones, thriller social que Stanley Kramer dirige en 1958 en el que dos fugitivos con distinto color de piel se evaden atrapados por los grilletes y por sus propios prejuicios. La carga política desaparece de Mamá negra, mamá blanca para centrarse en la acción, una huida incesante del grupo de perseguidores formado por agentes de la ley, matones a sueldo y oficiales corruptos, a los que se suma un grupo de guerrilleros revolucionarios para completar la curiosa fauna que habita en esta historia rocambolesca. Todos los personajes están definidos por el exceso y la sátira de los modelos que suelen poblar las películas ambientadas en la frontera de México, aunque el rodaje se localice en Filipinas. Nada importan las incoherencias geográficas porque esta película reside en su propio planeta, que es el de la diversión.

Para disfrutar de un artefacto como Mamá negra, mamá blanca conviene dejar a un lado los puritanismos, los análisis sesudos y la búsqueda de un buen acabado técnico (al que no se le puede reprochar un ritmo muy ajustado a la narración, gracias a la planificación y el montaje). Eddie Romero diseña un entretenimiento perfecto para espectadores sin complejos, que reconocerán la huella de esta película en la obra de cineastas postmodernos como Tarantino o los hermanos Coen. Se trata, en suma, de una joya en su género, que logra extraer oro del escaso presupuesto y que fija en la memoria una de las parejas protagonistas más fascinantes de aquella década.