SCREAM. 1996, Wes Craven

Gracias al inesperado éxito de Halloween en 1978, se produjo durante la siguiente década una eclosión del slasher que trajo consigo un sinfín de continuaciones en sagas como Viernes 13, Pesadilla en Elm Street o El muñeco diabólico.  Una fiebre que se fue enfriando en los noventa hasta casi desaparecer, y que devolvió a la vida uno de sus máximos impulsores, Wes Craven. El director había abordado repetidas veces la figura del serial killer en títulos como La última casa a la izquierda, Las colinas tienen ojos o Shocker, así que se sentía plenamente legitimado para realizar el manual de consulta definitivo que estableciese el canon a seguir por las nuevas generaciones. Todo ello a partir de una idea muy original escrita por el guionista debutante Kevin Williamson: un asesino en serie aficionado a las películas de asesinos en serie que trata de reproducir los crímenes de la pantalla en la realidad. Scream invoca el espíritu de sus antecesoras fijando las pautas que han definido el género, resumidas en: una comunidad pequeña donde irrumpe un ser de apariencia amenazante (a menudo enmascarado) que emplea un arma afilada contra los jóvenes en plena efervescencia hormonal.

Si los clichés suelen ser un problema en cualquier ficción, aquí suponen un valor. Craven explota los lugares comunes para establecer un juego de complicidad con el público que reflexiona, además, sobre la longevidad de ciertas fórmulas narrativas que parecen agotadas después de tantas repeticiones y que sobreviven practicando la ironía y la autoconciencia. En este sentido, Scream es un ejercicio modélico de metacine que Craven resuelve con habilidad y oficio. El hecho de que haya sido elaborada con un presupuesto mayor de lo habitual, en comparación con otros productos de características semejantes (por cortesía de Dimension Films, la marca de películas de género de los hermanos Weinstein), permitió contratar a un equipo técnico solvente en el que destaca el director de fotografía Mark Irwin, y un reparto con rostros conocidos procedentes de la televisión: Neve Campbell, Courteney Cox, David Arquette y Rose McGowan. Las interpretaciones exageradas de todos ellos se alinean con sus personajes caricaturescos y con las situaciones que atraviesan, a medio camino entre el horror y la comedia, hasta desembocar en un clímax bañado en sangre.

Lo mejor de Scream es que no pretende tomarse en serio a sí misma y que exhibe orgullosa su voluntad de entretener dando al espectador lo que desea: sustos, muertes y una sexualidad de instituto. Aunque muchos puedan considerar estos componentes como material de derribo, lo cierto es que Wes Craven consigue presentarlos con la dignidad adecuada de quien sabe colocar la cámara en el emplazamiento adecuado y mantener en todo momento la tensión que necesita la historia. Al igual que sucede con muchas de sus referencias, la repercusión obtenida por Scream provocó una ristra de episodios que dura hasta hoy, transcurridos treinta años de la creación de este ingenioso divertimento.