No es para menos. La noche del cometa es una caricatura del cine de zombis influida por el videoclip (en especial Thriller, de Michael Jackson), los videojuegos de las máquinas recreativas y las comedias de teenagers, cuya mayor virtud es la iconicidad. El público del presente aplaude la estética recargada y colorista de las imágenes por encima de cualquier otro elemento, e incluso es capaz de convertir las debilidades del film en aciertos: da igual que el guion carezca de lógica narrativa, que los personajes sean esquemáticos o que los diálogos resulten burdos sin pretenderlo... mejor así. El placer (culpable o no, allá cada uno) que proporciona la película se concentra en noventa minutos de diversión estilizada e inocua.
Eberhardt no se revela como un cineasta refinado, sino como un junta-planos que conduce al espectador por una trama imposible, que se va oscureciendo según avanza la acción y se acumulan machaconamente las canciones del momento. ¡Ningún problema! Ahí está Arthur Albert, el director de fotografía, para solventar con luces de colores y abundante humo las precariedades de la producción, generando una atmósfera que es lo más atractivo del conjunto. Eso y la pareja de actrices protagonistas, Catherine Mary Stewart y Kelli Maroney, dando vida a dos hermanas que se enfrentan al apocalipsis tras el vuelo de un astro por el cielo de Los Ángeles.
En definitiva, La noche del cometa es un delirio new wave que sigue, uno por uno, los puntos establecidos por Susan Sontag en su ensayo de 1964 Notas sobre lo camp, resumidos en: cine artificioso, estilizado y apolítico. Ideal para un rato de desconexión neuronal y disfrute sin complejos.