Otra novedad de París, distrito 13 es que está filmada en blanco y negro. La fotografía de Paul Guilhaume sintetiza los elementos de la imagen y refuerza el contraste para que la atención se fije en lo esencial: los personajes y los escenarios urbanos en los que se mueven. La capital francesa no aparece tan idealizada como suele ser común, privada de referencias históricas y monumentos, si bien la monocromía implica ya de base una estilización de la realidad. Es un gesto manierista impulsado por recursos visuales (ralentizados, pantalla partida, movimientos de cámara) que ilustran la mirada del director, siempre expresiva. Audiard demuestra ser un cineasta atento a los detalles que a veces cede al capricho (el desorden cronológico no tiene mucha justificación) y a veces exhibe lucidez a la hora de fijar el tono del relato.
En suma, París, distrito 13 es una exploración de ciertos problemas contemporáneos que afectan al ser humano, representado en tres individuos particulares. Esta voluntad de ir de lo general a lo concreto queda clara desde el inicio, con un plano que sobrevuela los edificios del distrito mencionado en el título, hasta detenerse en una ventana que se podría asemejar a una viñeta de cómic. Jacques Audiard sabe traducir muy bien el universo de Adrian Tomine, trasladando la acción de los Estados Unidos a París, mediante escenas que congregan lo intelectual y lo sensual, el verbo y el silencio, la gloria y la derrota de estos tiempos inciertos que nos ha tocado vivir.
