Karel Zeman es uno de esos directores cuyas películas extienden sus márgenes mucho más allá del cine, permitiendo que el celuloide se funda y se confunda con la literatura, el grabado, los títeres, la pintura. Hijo adoptivo de Georges Méliès, heredero natural de Julio Verne, Zeman retoma la tradición narrativa y visual de los grandes fabuladores para crear un espacio propio, un universo intemporal donde confluyen el modernismo con lo naif y que consigue revestir de frescura lo elaborado de sus imágenes. Porque Karel Zeman es, ante todo, un creador de imágenes. A partir de ellas vertebra el relato de películas como “El dirigible robado”, adaptación de Verne que el director checo desarrolla como homenaje y como ideario personal, en un hermoso ejercicio de estilo volcado en la nostalgia por una época y por una edad. Como en toda su obra, Zeman hace aquí una reivindicación de la infancia ya desde el mismo prólogo, huyendo de lugares comunes y potenciando la comicidad mediante la imaginación y la fantasía. Tal vez el autor incurra en ciertas arritmias y pueda resultar algo tosco con el montaje, sin duda son precios a pagar para obtener en la pantalla ese aire de vivacidad y el surrealismo tan particular que caracteriza sus films, auténticas piezas de artesanía elaboradas más con el corazón que con la cabeza y que transportan al espectador a lugares que de otro modo nunca conocería. Esa es la gran virtud de Karel Zeman, un maravilloso extravagante que recurre al pasado para resultar siempre moderno, un hijo del siglo XIX cuya magia continúa hipnotizando los ojos infantiles de cualquier edad.
A continuación, “El rey Lavra”, el mediometraje que este maestro de la animación realizó en 1950 y que supone una de las cumbres en su breve pero exuberante filmografía. Pónganse cómodos y disfruten: