Gravity. 2013, Alfonso Cuarón.

Alfonso Cuarón es uno de los directores más dotados de su generación, películas como "Y tu mamá también" o "Hijos de los hombres" así lo prueban. Su capacidad para el drama y sus dotes en la planificación le revelan como un narrador nato, capaz de adaptarse a géneros y a producciones de distinto calado. "Gravity" es la quintaesencia de su estilo, la prueba de fuerza de un cineasta en plenitud de facultades.
El guión, escrito a cuatro manos con su hijo Jonás, parte de una situación límite: la lucha de una mujer por sobrevivir en el espacio exterior y regresar a la Tierra. Se trata, por lo tanto, de una historia de superación física y emocional, circunstancia que Cuarón aprovecha para desplegar un arsenal tecnológico en el que la ingravidez juega un papel protagonista. Más que una película, "Gravity" es una experiencia que justifica por sí sola le invención del 3D. Pero no conviene dejarse apabullar por la cacharrería: además de los elementos visuales, Cuarón demuestra manejar a la perfección las claves del suspense más añejo.  
"Gravity" es una película que vacía de significado la dicotomía entre el fondo y la forma, precisamente porque rompe la frontera entre ambos términos. Cuarón emplea para ello recursos técnicos y artísticos que conoce bien. La fotografía de su habitual Emmanuel Lubezki, el esmerado diseño de sonido, la implicación de los actores Sandra Bullock y George Clooney, la exuberancia de la planificación, que luce músculo en el plano secuencia. Merece la pena detenerse en el plano secuencia.
El plano secuencia es una herramienta que los directores de cine han ido abandonando con el paso del tiempo. La influencia de la televisión ha terminado por imponer un montaje cada vez más fragmentado, en el que gana importancia la multiplicidad de los ángulos de cámara sobre la composición del encuadre o la interpretación de los actores. Por eso no es de extrañar que el plano secuencia haya sido relegado, la mayoría de las veces, a una condición anecdótica, marginal. Las razones: requiere conocimientos de puesta en escena, técnicos talentosos y actores entregados. A cambio se obtiene una gran sensación de realidad, de estar asistiendo a los acontecimientos que suceden en la pantalla, en una demolición de las barreras entre el espectador y la ficción. Pues bien, "Gravity" está planteada sobre unos larguísimos planos secuencia de los que parece imposible substraerse. Nos encontramos ante la hazaña de un superdotado, comparable a lo que Hitchcock logró con "La soga". La cuestión no es cuánto dura el plano, sino hasta dónde puede llegar. Lejos del atletismo de otros cineastas, Cuarón parece rodar con un metrónomo en la mano, alcanzando un tempo que se ajusta siempre a las emociones de los personajes. Haber trasladado hasta el corazón de Hollywood este humanismo militante y estas inquietudes retóricas es un mérito que se le debe reconocer al director.
Sorprendente de principio a fin, "Gravity" es un ejercicio modélico de cine aplicado al drama, noventa minutos de tensión en estado puro que confirman a Alfonso Cuarón como uno de los grandes cineastas del momento.