Café society. 2016, Woody Allen

Dentro de la extensa filmografía de Woody Allen, hay una sección bien diferenciada que se podría denominar "postales del pasado". Se trata de comedias con un fuerte contenido nostálgico, en las que el director condimenta la ficción con la añoranza: Días de radio, Sombras y niebla, Balas sobre Broadway, Acordes y desacuerdos... Café society  es otro de los regresos de Allen a los años 30, una época en la que sin duda se siente cómodo. Recién abolida la ley seca, los sufridos ciudadanos trataban de olvidar los desastres del crack financiero a ritmo de jazz y refugiándose en las salas de cine donde brillaban "más estrellas que en el cielo".
En este ambiente se desarrolla el argumento de Café society. Como otras veces, Allen narra el enfrentamiento entre la ilusión y la realidad, entre las expectativas y la dificultad por cumplirlas. Y como siempre, el amor en todas sus acepciones: el romántico, el erótico, el amistoso, el familiar... El guión relata los encuentros y desencuentros de Bobby y Vonnie, dos jóvenes que se quieren a pesar de no estar juntos. Allen actualiza el eterno dilema sentimental entre el amor sincero y el amor por conveniencia para que Café society luzca fresca y ligera, todo ello sin renunciar a la recreación histórica ni al peso de la memoria, tan importante dentro de su cine. El propio Allen lo ha declarado repetidas veces: cualquier tiempo pasado fue mejor. Por eso la mayoría de sus películas tienen una vocación atemporal y el espejo retrovisor apuntando a referentes del pasado (Bergman, Lubitsch, Fellini, Wilder, Sturges...)
Así pues, el director tiende los raíles para que los equipos artístico y técnico sigan el camino. Los actores Jesse Eisenberg y Kristen Stewart encarnan a la pareja protagonista, el primero como perfecto álter ego de Allen, y la segunda incorporándose a su larga lista de musas. Pero hay más, mucho más. Los secundarios son tan numerosos como eficaces, con una mención especial para Steve Carell, el tercer vértice del triángulo que plantea el film. En torno a ellos, un diseño de producción tan cuidado como de costumbre. Decorados, vestuario, iluminación... cada pieza hace girar la maquinaria de Café society transmitiendo lo más difícil en una comedia: la sensación de alegría y liviandad.
Pero si hay algo por lo que merece la pena recordar esta película (aparte del intenso magnetismo que desprende Stewart), es por dos circunstancias que alcanzan la categoría de acontecimiento. La primera es el encuentro entre Woody Allen y Vittorio Storaro, dos artistas que imprimen su fuerte personalidad a las imágenes de Café society. Como es habitual, Allen es pulcro y directo en la puesta en escena, sacando el máximo partido a los escenarios sin caer nunca en la banalidad ni en movimientos innecesarios de cámara. Por su parte, Storaro realiza otro de sus característicos ejercicios de psicología aplicada a los colores, una exhibición de belleza cargada de sentido que trasciende lo meramente visual (atención a la escena nocturna en la que falla el suministro eléctrico y la pareja queda iluminada por las velas). La otra novedad que contiene Café society afecta al desenlace. Aún conservando el espíritu de cuento que envuelve la mayoría de las películas de Woody Allen, esta vez no hay un final feliz complaciente con el espectador a modo de moraleja eleccionadora. No conviene desvelar más, tan solo recomendar el disfrute de esta deliciosa chocolatina con final amargo que demuestra que el octogenario director sigue en forma. Ojalá lo esté por muchos años.
A continuación, un delicioso homenaje a la carrera de Woody Allen y a la fuente tipográfica empleada en todos sus títulos de crédito, la windsor. Relájense y disfruten: