La usurpadora. "Back street" 1932, John M. Stahl

Primera de las tres adaptaciones que llevó a cabo la Universal de Back street, una de las novelas románticas de la escritora Fannie Hurst. Y nadie más indicado que John M. Stahl para trasladarla a la pantalla. El director hace gala de su elegancia y sensibilidad en La usurpadora, película que además de narrar la vicisitudes de una relación secreta, también plantea interesantes cuestiones morales.
El film retrata la historia de un adulterio. Al contrario de lo que solía ser habitual (y que todavía persiste en nuestra época), la visión de la infidelidad que ofrece La usurpadora exime el agravante del pecado. Stahl no se esfuerza en señalar culpables ni en hacer juicios de valor. Aquí está la novedad: ¿unos amantes ilícitos que no obtienen castigo? Hollywood lo permitió porque se obviaba a uno de los vértices del triángulo: la esposa ultrajada apenas aparece en imagen, y el público no tiene posibilidad de empatizar con ella. De esta manera, los amantes son presentados como víctimas del destino. Ni siquiera el desenlace, producto del deus ex machina, guarda la consabida moraleja.
El hecho de que La usurpadora esté libre de lecciones éticas se debe en buena parte a su actriz protagonista. Irene Dunne transmite frescura o serenidad según lo requiere cada escena, aportando credibilidad y relieve sobre su compañero de reparto John Boles. En contraste, el actor parece afectado por algunos tics de galán de escenario. Ambos componen dos personajes de calado dramático, a los que se ve madurar en la pantalla gracias a las elipsis en la narración.
Stahl es pulcro con la cámara, a veces incluso demasiado. El predominio de los planos medios y la falta de diversidad en cuanto a los encuadres y las angulaciones, confieren a la película un aire teatral que en ocasiones resta emoción al conjunto. Por fortuna, la fotografía de Karl Freund sabe contrarrestar esta sensación estática, dotando a las imágenes de profundidad y belleza. La usurpadora conserva el encanto visual del cine de los años treinta, cuando las limitaciones técnicas se salvaban con imaginación y talento, y el blanco y negro podía ser un recurso expresivo, no solo una condición estética.
En definitiva, La usurpadora (horrible título español impuesto por la censura religiosa), supone la primera aproximación cinematográfica a la novela de Hurst, que tendió los raíles que más tarde recorrerían Robert Stevenson y David Miller en sucesivas versiones. Vista hoy, la película depara un entrañable viaje al pasado de la mano de uno de los maestros del melodrama, John M. Stahl.