Drácula, príncipe de las tinieblas. "Dracula: Prince of Darkness" 1966, Terence Fisher

Durante los años treinta y cuarenta, el personaje de Drácula fue exprimido por los estudios Universal en una buena cantidad de películas que iban desde la versión canónica de Tod Browning hasta su encuentro con la pareja cómica Abbott y Costello. Era difícil relacionar la creación de Bram Stoker con otro actor que no fuese Béla Lugosi y con otra estética que no fuese en blanco y negro. Pero llegaron los cincuenta y los británicos de Hammer Films tomaron el relevo, actualizando las posibilidades de éste icono del género de terror.
Para empezar, las películas de la Hammer introdujeron el technicolor, lo que permitía contemplar el rojo de la sangre en todo su esplendor. Las facciones austro-húngaras de Lugosi fueron sustituidas por las inglesas de Christopher Lee, potenciando el romanticismo original del personaje y añadiendo cierta melancolía y estilización. Pero la novedad más importante venía asociada a los nuevos tiempos: por fin Drácula comenzaba a mostrar la violencia y el erotismo inherentes a su naturaleza, sin necesidad de recurrir a elipsis ni a fundidos a negro que aliviasen al espectador sensible. El especialista Terence Fisher fue el encargado de revitalizar a Drácula en dos entregas que obtuvieron gran éxito, entre las cuales éste Príncipe de las tinieblas ocupa el segundo lugar.
Lo más llamativo del film es la escasa presencia del protagonista en la acción. Drácula aparece a mitad de metraje y son pocas las escenas en las que volverá a intervenir, una decisión arriesgada que termina por reforzar el suspense y dotar su ausencia de contenido dramático. Así, el interés recae sobre una expedición de incautos viajeros que marchan en busca de aventuras nada menos que al castillo del famoso conde. Un mal plan. La película demuestra sencillez a la hora de exponer sus ideas y desarrollar el argumento, con una artesanía que rehúye la aparatosidad y los trucos innecesarios. Lo que no se debe confundir con simpleza. Fisher resulta eficaz distribuyendo la tensión a lo largo de la trama y creando el clima adecuado para la irrupción del protagonista. Mientras tanto, los demás personajes cumplen con su función en la historia (se reproducen los roles del valiente, la precavida, el conformista, la enamorada...) todos con los cuellos dispuestos para una buena dentellada. Cabe destacar la presencia de Andrew Keir, quien se lleva el gato al agua con su papel de monje caza-vampiros, bien pertrechado por otros excéntricos personajes como el sirviente Klove o Ludwig, un trasunto del Renfield literario.
La película posee la estética propia de la Hammer, con decorados teatralescos y una fotografía que no siempre justifica los puntos de luz, dejando claro que no se trata de cine realista, sino de un artificio con influencias pictóricas en la composición de los encuadres y en la viveza de la escala cromática. Terence Fisher es pulcro con la cámara y eficiente en la puesta en escena, dos cualidades que hacen de Drácula, príncipe de las tinieblas un film sobrio en apariencia y apasionado en esencia. En definitiva, una obra indispensable dentro del vasto universo cinematográfico del conde Drácula.