Mandarinas. "Mandariinid" 2013, Zaza Urushadze

El director Zaza Urushadze obtuvo cierta repercusión internacional con su tercera película, que retrataba el conflicto sufrido en su Georgia natal durante los años noventa. En lugar de hacer un panfleto político o dar una lección de historia, Mandarinas presenta el lado más humano de la confrontación, incidiendo en la actitud de los personajes y en sus dramas cotidianos.
A primera vista, podría parecer una obra de teatro filmada. La acción sucede en un pequeño terreno en medio del campo donde viven Ivo y Margus, dos lugareños entregados al cultivo de mandarinas. Ellos son los únicos que quedan en la zona tras la marcha de los demás vecinos, empujados por la amenaza del combate. Hasta que un día la propia guerra se cuela dentro de sus casas, personificada por dos soldados enemigos de los que deben hacerse cargo. En este microcosmos los cuatro personajes representan una alegoría sencilla y directa de los horrores de la guerra, un cuento de alcance universal que se puede extrapolar a otros países y otras contiendas.
Urushadze no se conforma con situar la cámara delante de los actores, sabe que tiene un buen texto y trata de insuflarle vida a través de las imágenes. Para ello se vale de una puesta en escena que aprovecha al máximo los pocos escenarios donde sucede la historia y que rompe el estatismo mediante el movimiento de los intérpretes y de la cámara. La narración de Mandarinas es fluida, a veces emocionante y a veces triste, pero siempre acorde con lo que exige el relato. Los actores se encargan de definir el tono, con el veterano Lembit Ulfsak a la cabeza, en un reparto escueto pero bien equilibrado. Como era de esperar, el director se vale de los planos medios y de los primeros planos para desarrollar un lenguaje visual elegante en las formas y de hermoso acabado, sin abandonar nunca el naturalismo.
Coproducida entre Georgia y Letonia, Mandarinas no oculta su condición de película pequeña, al contrario. La escasez de recursos obliga a Urushadze a concentrar las virtudes del guión y a cuidar con detalle la calidad técnica y artística de la película, más que la cantidad. Por eso las interpretaciones, la ambientación, la fotografía y los demás elementos que construyen el lenguaje cinematográfico obtienen un resultado impecable en la pantalla. Es el mismo cine al que pertenecen películas como En tierra de nadie o Los limoneros, cine cuyo fin multiplica los medios, que crece en los ojos del espectador y que dice grandes cosas con susurros. Mandarinas es cine que merece la oportunidad de ser descubierto.