Elle. 2016, Paul Verhoeven

Paul Verhoeven vuelve a la carga. Tras despistar a propios extraños con El libro negro, su anterior película de 2006 ambientada en la II Guerra Mundial, el septuagenario director regresa por sus fueros recuperando el gusto por el escándalo y la provocación que han caracterizado su cine. Para ello adapta Oh... la novela de Philippe Djian, que filma en suelo francés con la coproducción de Bélgica y Alemania. Elle es la primera película rodada en lengua francesa por Verhoeven y la recopilación de muchas de sus obsesiones en torno al sexo, la violencia y lo extraño de las relaciones humanas.
El film se abre con la mirada de un gato contemplando la violación de su dueña por parte de un asaltante desconocido. Este hecho marcará la narración en adelante, no con el tono de tragedia que cabría esperar, sino como una circunstancia más dentro de la turbulenta vida de Michèle, la protagonista. Y es que el punto de vista de Verhoeven se asemeja al del propio gato: frío, distante e impasible ante las truculencias que envuelven la trama. Alrededor de la mujer violentada se concitan un padre psicópata, una madre con complejo de Peter Pan, un hijo manipulado, un ex-marido que busca rehacer su vida, un amante adúltero, unos vecinos que no son lo que parecen... integrantes de una galería poblada por criaturas excéntricas con patologías alteradas. El argumento de Elle hubiese dado para una comedia negra, si no fuese porque Verhoeven carece de humor, o para un drama, pero tampoco aquí hay asomo de sentimiento. No es terror, ni suspense, ni cine costumbrista... así pues, ¿qué es Elle? Esta pregunta queda flotando en el aire una vez finalizado el metraje.
En realidad, la película está marcada por la indefinición. Apunta a demasiados lugares sin disparar sus propuestas, con ideas y personajes a medio esbozar. El guión plantea nuevos temas casi en cada escena, la mayoría de ellos de fuerte calado. Esto hace difícil sentirse concernido por alguno de ellos, lo que convierte al espectador en el tercer gato de la historia, que mira sin reaccionar. Cuando se anuncia un drama familiar enseguida irrumpe la relación de pareja y, a continuación, el dilema erótico. ¿Hay más? Sí, mucho más... pero llega un momento en el que da igual. Todo transcurre en la pantalla a un ritmo atropellado y con una dirección algo tosca, que abusa de los planos medios y de los primeros planos.
También en el aspecto estético la película resulta gélida, con un trabajo fotográfico de Stéphane Fontaine que incide en los tonos apagados y en la ausencia de profundidad en la imagen. Da la sensación de que Verhoeven ha querido apaciguar las tormentas del relato mediante la contención visual y un estilo a veces anodino, rutinario. Como si todo estuviese de más una vez que aparece Isabelle Huppert en la pantalla.
La actriz toma las riendas con serenidad y aplomo, permite que los demás intérpretes brillen a su lado y sale al rescate de las secuencias más absurdas, que son numerosas. Porque la película incurre en frecuentes contradicciones: a veces es misógina y a veces rabiosamente feminista, a veces es una comedia y otras un film de horror, pero siempre resulta desconcertante. Porque todas las secuencias son graves y definitivas, en todas suceden cosas importantes. Y así, al final, no es importante ninguna.
Con Elle, Paul Verhoeven incide en los riesgos y en los errores persistentes desde el inicio de su carrera: una puerilidad que banaliza el escándalo y una interpretación freudiana de los elementos dramáticos bastante esquemática y simple, que termina por restar contundencia al conjunto. Menos mal que Isabelle Huppert aporta algo de sentido a esta película imposible, encomendada al inmenso talento de la actriz, sobre cuyos hombros descansa todo el peso.
A continuación, uno de los temas musicales que integran la banda sonora compuesta por Anne Dudley. Una partitura con ecos sinfónicos e instrumentaciones de cuerda para subrayar los momentos más dramáticos de Elle. Relájense y disfruten: