Pocas palabras se le pueden añadir a una película que no utiliza las palabras para expresarse. Y más teniendo en cuenta el enorme atractivo de las imágenes de El niño y el mundo, segundo largometraje de animación de Alê Abreu y primero que se distribuye a nivel internacional. El director brasileño realiza un trabajo lleno de experimentación y riesgo, una verdadera obra de arte.
La película se sitúa en un punto intermedio entre la fábula aleccionadora y el poema visual, dos territorios que Abreu recorre con sensibilidad, inteligencia y sin necesidad de recurrir a los diálogos. El niño y el mundo narra las peripecias de un muchacho que abandona el paisaje idílico de la infancia, tras los pasos de un padre ausente que se ha marchado a buscar trabajo en un entorno consumista y mecanizado. Se trata, por lo tanto, de un relato de iniciación y descubrimiento, donde tiene la misma importancia la forma que el contenido. Hasta el punto de que uno y otro se completan, se dan significado. Pero que nadie se asuste: la gran virtud de El niño y el mundo es la de acercar la riqueza de sus referencias estéticas y narrativas al público familiar, haciendo comprensible lo que en un principio parecía abstracto. Mayores y pequeños quedan convocados frente a la pantalla, en un ejercicio de identificación que convierte el visionado del film en una experiencia única.
El estilo de la animación tiene mucho que ver con las sensaciones que transmite la película. Abreu emplea un dibujo de líneas claras y sencillas, con composiciones geométricas y colores básicos donde se mezclan diferentes materiales y texturas. Hay trazos de lápiz, acrílicos, collage, ceras, bolígrafo... y un largo etcétera de recursos visuales que revientan la pantalla de creatividad y belleza. Resulta imposible permanecer ajeno al influjo estético de El niño y el mundo, una película que se acerca como muy pocas al proceso artístico, ya que ha sido elaborada de forma artesana e innovadora. El guión y los dibujos fueron confeccionados en paralelo por un pequeño estudio en el que Abreu ejerce como director de orquesta: las escenas, la música, el diseño de sonido... cada uno de los elementos participa de un desarrollo que aprovecha al máximo el talento y la imaginación de sus integrantes.
En suma, El niño y el mundo es una de las películas de animación más sorprendentes que puedan verse, un auténtico gozo para los sentidos que sitúa a su director, Alê Abreu, en un lugar privilegiado dentro de las actuales vanguardias cinematográficas. Como muestra, el cortometraje Passo, que Abreu realizó en 2007. Que lo disfruten:
El estilo de la animación tiene mucho que ver con las sensaciones que transmite la película. Abreu emplea un dibujo de líneas claras y sencillas, con composiciones geométricas y colores básicos donde se mezclan diferentes materiales y texturas. Hay trazos de lápiz, acrílicos, collage, ceras, bolígrafo... y un largo etcétera de recursos visuales que revientan la pantalla de creatividad y belleza. Resulta imposible permanecer ajeno al influjo estético de El niño y el mundo, una película que se acerca como muy pocas al proceso artístico, ya que ha sido elaborada de forma artesana e innovadora. El guión y los dibujos fueron confeccionados en paralelo por un pequeño estudio en el que Abreu ejerce como director de orquesta: las escenas, la música, el diseño de sonido... cada uno de los elementos participa de un desarrollo que aprovecha al máximo el talento y la imaginación de sus integrantes.
En suma, El niño y el mundo es una de las películas de animación más sorprendentes que puedan verse, un auténtico gozo para los sentidos que sitúa a su director, Alê Abreu, en un lugar privilegiado dentro de las actuales vanguardias cinematográficas. Como muestra, el cortometraje Passo, que Abreu realizó en 2007. Que lo disfruten: