Moonlight. 2016, Barry Jenkins

Hay escenarios que convocan los superlativos. Basta reunir en un mismo espacio las palabras suburbio, drogas y comunidad negra para que se active la maquinaria del cliché, siempre dispuesta a satisfacer al público hambriento de estigmas y sensacionalismo. Por eso tiene importancia una película como Moonlight. Su director, Barry Jenkins, pone especial cuidado en escapar de los lugares comunes, incluso cuando maneja referentes tan trillados como los de Spike Lee o John Singleton.
Moonlight no se detiene en el paisaje sociológico, va más allá. El guión adapta la obra de teatro de Tarell Alvin McCraney sobre la búsqueda de identidad de un chico negro homosexual en un entorno que le es hostil. La narración está dividida en tres partes, cada una reflejando diferentes etapas en la vida de Chiron, el protagonista. La relación con los personajes que le rodean determina su evolución dramática, un retrato que nunca está completo y que el espectador debe perfilar a partir de lo que se muestra en la pantalla. No es tarea fácil, ya que las elipsis entre un período y otro son bastante amplias y Moonlight es un film que sugiere, más que desvela. Jenkins aplica la mesura y guarda distancia respecto a los personajes, una opción que puede desconcertar a esa parte del público acostumbrada a las exhibiciones de sentimiento.
El director pone peso en el aspecto psicológico de la historia, incorporando al punto de vista de Chiron secuencias oníricas, recuerdos y efectos visuales y sonoros que ilustran su introspección de manera cinematográfica. Algo a lo que también contribuye la música de Nicholas Britell, de un lirismo suave y matizado. Estas herramientas hacen olvidar el origen teatral de Moonlight, además de otros recursos ópticos como son el desenfoque, muy adecuado para desvincular al personaje de su contexto y reforzar así el simbolismo de las imágenes. Jenkins emplea la cámara y el montaje con elocuencia, aunque a veces caiga en el capricho estético... un ejemplo es el plano inicial del film: la lente gira alrededor de los personajes sin más motivo que el de sorprender (o marear) al espectador.
Todo cambia con la llegada del tercer acto, en torno a una larga conversación en la que el tiempo se detiene y la película adopta un carácter más íntimo. Jenkins demuestra tener buena mano con los actores, un nutrido grupo de intérpretes maduros y jóvenes, hombres y mujeres... perfectamente ajustados a sus personajes y con capacidad para transmitir complicidad y compromiso. Dos palabras que definen bien Moonlight, una película con una fuerte voluntad humanista que, sin parecer ambiciosa, invita a la reflexión. Bienvenida sea.
A continuación, un extracto de la banda sonora compuesta por Nicholas Britell, repleta de hermosos sonidos de cuerda como contrapunto a la dureza que refleja Moonlight. Relájense y disfruten: