Muchas veces, las circunstancias previas al rodaje de una película determinan el resultado de lo que se verá en la pantalla. Es el caso de Lobo, primer trabajo como director de Naji Abu Nowar, quien convivió durante un año con una tribu de beduinos para contar su historia desde dentro. El cineasta debutante quería reflejar la experiencia de sus ancestros en la Jordania de principios del siglo XX, un país marcado por la lucha entre el ejército británico y los soldados del imperio otomano.
En su búsqueda de la realidad, Abu Nowar podría haber optado por el documental, ingresando en la nómina de los cronistas y recopiladores de datos históricos, testimonios, archivos audiovisuales... En lugar de eso, el director se vale del cine de género para acercar al espectador un relato que trasciende el marco geográfico y temporal. Y lo hace a través del western y del cine de aventuras. La cámara captura los paisajes del desierto arábigo como una prolongación del carácter de los personajes: rudo, directo y sin ambages. Hay una relación intensa entre el escenario y quienes lo pueblan, por eso Lobo reduce al mínimo los elementos de la ficción. Apenas unas pocas localizaciones y media docena de personajes bastan para extender las líneas principales del film, en una prueba de síntesis narrativa y estética.
Lobo exhibe por ello una factura cuidada que saca el máximo provecho de su modesta producción, consciente de poseer el más valioso de los efectos especiales: la mirada de un niño. El joven protagonista que da título a la película transmite con su presencia la inmediatez y la inocencia que requiere el relato ya que, a través de sus ojos, el público adquiere un punto de vista liberado de los condicionantes políticos y religiosos habituales. Al contrario que otras obras del mismo calado, Lobo no pretende purgar sus complejos históricos mediante la relectura de los acontecimientos, ni coloca filtros embellecedores para suavizar el dolor. Abu Nowar despoja su opera prima de todo artificio que no contribuya al desarrollo de la trama, filmando en los escenarios naturales del Valle de la Luna con actores no profesionales... a pesar de lo cual, no conviene llevarse a engaños: hay un depurado ejercicio de concreción detrás de las imágenes que emparenta la película con los clásicos del Oeste americano, con el spaghetti western y con las referencias literarias de Conrad, London o Stevenson. Semejantes alforjas no añaden peso a la película, al contrario. Para Naji Abu Nowar son los sólidos cimientos sobre los que edificar Lobo, la tradición que legitima su autoridad como pequeña gran película. Una condición ganada a pulso con sensibilidad, lucidez y la observación atenta del entorno. Es decir, con cine puro y duro.
En su búsqueda de la realidad, Abu Nowar podría haber optado por el documental, ingresando en la nómina de los cronistas y recopiladores de datos históricos, testimonios, archivos audiovisuales... En lugar de eso, el director se vale del cine de género para acercar al espectador un relato que trasciende el marco geográfico y temporal. Y lo hace a través del western y del cine de aventuras. La cámara captura los paisajes del desierto arábigo como una prolongación del carácter de los personajes: rudo, directo y sin ambages. Hay una relación intensa entre el escenario y quienes lo pueblan, por eso Lobo reduce al mínimo los elementos de la ficción. Apenas unas pocas localizaciones y media docena de personajes bastan para extender las líneas principales del film, en una prueba de síntesis narrativa y estética.
Lobo exhibe por ello una factura cuidada que saca el máximo provecho de su modesta producción, consciente de poseer el más valioso de los efectos especiales: la mirada de un niño. El joven protagonista que da título a la película transmite con su presencia la inmediatez y la inocencia que requiere el relato ya que, a través de sus ojos, el público adquiere un punto de vista liberado de los condicionantes políticos y religiosos habituales. Al contrario que otras obras del mismo calado, Lobo no pretende purgar sus complejos históricos mediante la relectura de los acontecimientos, ni coloca filtros embellecedores para suavizar el dolor. Abu Nowar despoja su opera prima de todo artificio que no contribuya al desarrollo de la trama, filmando en los escenarios naturales del Valle de la Luna con actores no profesionales... a pesar de lo cual, no conviene llevarse a engaños: hay un depurado ejercicio de concreción detrás de las imágenes que emparenta la película con los clásicos del Oeste americano, con el spaghetti western y con las referencias literarias de Conrad, London o Stevenson. Semejantes alforjas no añaden peso a la película, al contrario. Para Naji Abu Nowar son los sólidos cimientos sobre los que edificar Lobo, la tradición que legitima su autoridad como pequeña gran película. Una condición ganada a pulso con sensibilidad, lucidez y la observación atenta del entorno. Es decir, con cine puro y duro.