LARGO VIAJE HACIA LA NOCHE. "Di qiu zui hou de ye wan" 2018, Bi Gan

Una de las características clásicas de la crítica cinematográfica consiste en evaluar de manera estanca la narración y la forma de una película, el continente del contenido. Un recurso heredado de la crítica teatral y literaria del siglo XIX que, al principio, ayudó a los periodistas a asentar sus argumentos, pero que el tiempo va poniendo en entredicho porque el cine posee un lenguaje propio diferente al de otras disciplinas, además de una evolución compleja a lo largo de sus 125 años de vida. Hay títulos que parecen nacidos para cuestionar esta práctica, como Largo viaje hacia la noche.
El segundo largometraje de Bi Gan cuestiona esos supuestos límites que separan las imágenes de la ficción, convirtiendo la pantalla en un espacio donde se proyecta el pensamiento observador del público. No es un artificio retórico, sino una propuesta que aúna las miradas del director y del espectador para erigirse en el elemento principal del relato, hasta el punto de que los intrincados vericuetos del guion adoptan un papel secundario ante la propia experiencia del cine. Es algo parecido a lo que sucede con cierto tipo de poesía, que no busca ser descifrada a pesar de acumular símbolos y subtextos. Lo que pretende Largo viaje hacia la noche es generar un estado mental, una sensación que tiene que ver con la actitud de los personajes, la atmósfera, las decisiones estéticas... en resumen: con todos esos elementos que tradicionalmente envuelven la historia, pero que aquí son la historia.
Para lograr esta impresión, Bi Gan practica un estilo ausente de naturalidad, manierista y barroco, basado en explotar las posibilidades expresivas de la puesta en escena. La cámara asume entidad y compone los planos con refinamiento, otorgando gran importancia a los colores de la fotografía y a la profundidad de campo. Son encuadres casi siempre en movimiento, que se vertebran con fluidez en el montaje y que proporcionan un efecto alucinado, semejante a la hipnosis. De este modo se invita a participar al espectador, una invitación convertida en apelación en la segunda mitad del film, cuando el protagonista encarnado por Huang Jue se sienta en la butaca de un cine para ver la película Largo viaje hacia la noche. Es el metacine reforzado por la técnica, ya que lo que sigue a continuación es un plano secuencia de 50 minutos con elementos en 3D, filmado por tierra y por aire bajo la consigna del más difícil todavía. Una proeza que sitúa a Bi Gan entre los plusmarquistas del plano largo no por capricho, puesto que el sentido de este bloque aparentemente sin sentido es introducir el relato en el terreno de la ensoñación y la memoria, sin que exista diferencia entre ambos. No en vano, la película gira en torno a la frase que se pronuncia en uno de los diálogos: "Los sueños son recuerdos olvidados". Los personajes aportan otras claves que ayudan a descifrar las alegorías (el reloj como representación de la eternidad, la bengala como representación de lo transitorio), en un enigma constante que nunca llega a desvelarse del todo. En este sentido, el trabajo de Bi Gan se asemeja al de otros autores como David Lynch o Apichatpong Weerasethakul.
No conviene ahondar demasiado en los misterios de la película para no romper el hechizo desplegado en cada fotograma por Bi Gan, director chino llamado a agitar las aguas del panorama internacional como en su día hicieron Zhang Yimou o Wong Kar-wai. Largo viaje hacia la noche es un arrebato de cine puro, tan consciente de sí mismo que es fácil sentirse atrapado o repelido por sus elaboradísimas imágenes. Tal vez exijan predisposición, pero aquellos interesados en participar en su juego obtendrán a cambio una fascinación que no se encuentra fácilmente en las carteleras.