LOS MISERABLES. "Les misérables" 2019, Ladj Ly

En 2017, el director Ladj Ly filma en el barrio donde reside Los miserables, un cortometraje que le otorga notoriedad y cuyo título remite a la novela de Victor Hugo. No se trata de una adaptación, sino de una recreación de los planteamientos morales y los conflictos sociales puestos al día en los suburbios de París que inspiraron al escritor 150 años atrás. Tras la buena recepción de este temprano trabajo, Ly decide desarrollar la idea en un largometraje que se estrena dos años después, con los mismos actores e idénticas intenciones: denunciar la arbitrariedad con la que se aplica la ley y el orden en las zonas más vulnerables de la ciudad, las relaciones de poder y las desigualdades presentes en las distintas comunidades.
La película se inicia con una escena plena de entusiasmo y optimismo: la selección francesa de fútbol gana la Copa Mundial y todos lo celebran en la calle, sin que se muestre ni una sola imagen deportiva. En vez de acceder al estadio, la cámara se queda en la calle, en un bar donde los aficionados observan atentos el partido, antes de lanzarse a ese sucedáneo de revolución que son las algaradas de hinchas gritando eufóricos a lo largo de la Avenida de los Campos Elíseos. Sin embargo, la mayoría de esas personas no encontrarán más motivos de alegría cuando tomen el metro para desplazarse al extrarradio en el que habitan, en grandes bloques de hormigón construidos como colmenas para personas sin recursos. Allí sucederá el resto del metraje, lugar al que llega un nuevo agente de policía recién incorporado a una patrulla encargada de velar por la seguridad de la zona. La mirada del cabo Ruiz coincide con la del público, puesto que el núcleo de la acción reside en el contraste y la estupefacción que siente el personaje frente a la actitud de sus compañeros, dos profesionales curtidos que se mueven como sheriffs en una reserva india.
La máxima virtud de Los miserables es la verosimilitud con la que está narrada, por medio de una cámara a veces en movimiento y a veces estática, según lo requiere el relato, pero que siempre permanece atenta a los detalles. Tanto las interpretaciones de los actores como la fotografía y el diseño de sonido transmiten la naturalidad necesaria para que el espectador se adentre en la historia, sin artificios ni buscando el sensacionalismo de otros films de temática semejante. Al contrario, Ly aplica la contención y maneja el material sensible que tiene entre manos con cuidado y mesura. Se nota que conoce bien de lo que habla, que está familiarizado con esas calles y esas gentes que retrata sin condescendencia ni recurrir a los arquetipos de género. La película es un drama social con el tempo y la energía de un thriller, siempre en constante evolución y con diálogos extraídos de las propias aceras en las que acontecen los hechos. Por eso, el acierto de Los miserables consiste en actualizar las mismas reivindicaciones expresadas por Hugo con el lenguaje del presente y el clima generado por los acontecimientos actuales, como las protestas de los chalecos amarillos. Así, el agente Chris se presenta como la renovación cinematográfica del literario inspector Javert, y la inclusión en la trama de las nuevas tecnologías asociadas a las redes sociales y aparatos como el dron, dotan al conjunto de una inmediatez oportuna, casi urgente.
Hay que agradecer que el director no caiga en el adoctrinamiento ni en la moraleja fácil que, llegado el final, corresponde a Victor Hugo: "No hay malas hierbas ni hombres malos. Solo hay malos cultivadores". Precisamente, el hecho de que Ladj Ly deje el final más que abierto, inconcluso, obliga al espectador a adoptar sus propias resoluciones y a ampliar el foco de lo individual a lo colectivo, del protagonismo de los personajes principales a esa masa que puebla el barrio de Montfermeil la cual, ayer como hoy, es denominada Los miserables.