EL CAMINO. 1963, Ana Mariscal

La primera adaptación al cine de una novela de Miguel Delibes es también de las más acertadas de cuantas han venido después. Hoy puede parecer fácil hacer una buena película (o al menos una interesante) con el rico material literario que contiene
El camino, sin embargo, en 1963 el universo de Delibes estaba por explorar y las claves de su narrativa no estaban todavía tan asimiladas. Entonces había lecturas por descifrar y personajes a los que acercarse de manera novedosa, casi intuitiva. Ana Mariscal emprende esta tarea abarcando los márgenes entre los que se movía el escritor vallisoletano: por un lado el costumbrismo y la tradición del argumento, y por otro lado la mirada que presencia los acontecimientos desde el presente, con afán de progreso. Un punto de vista que concita la denuncia y el reconocimiento a partes iguales, que no se explaya en el rencor de los tiempos oscuros y se muestra humanista, reconciliadora.

Este es el espíritu que atraviesa El camino y que le costó a la directora el menoscabo de los poderes oficiales relacionados con la industria. Mariscal no endulza el retrato de la España rural ni cae en convenciones amables, el pueblo castellano que sirve de escenario no es ese paraíso folclórico de las producciones de Cifesa. Aquí hay padres alcohólicos, niños que defecan en las vías del tren, beatas empeñadas en interrumpir los escarceos de los amantes, inocentes que mueren... y sin embargo, se trata de un film que contiene grandes dosis de sensibilidad y belleza. Mariscal resuelve el reto de conjugar el drama y la comedia midiendo con precisión el tono de cada escena y su repercusión en el conjunto, un mosaico lleno de momentos y personajes que vienen y van, en una evolución constante.

Así, el guion adopta una estructura episódica que acumula situaciones que se van conectado unas con otras, hasta alcanzar el desenlace. Aunque suceden situaciones bondadosas y terribles, nunca se hace hincapié en la lírica ni en la tragedia, lo cual demuestra la destreza de la directora para dar credibilidad a lo que relata primero en el papel, al traducir el texto original en secuencias, y luego frente a la cámara, al convertirlo en imágenes. El camino luce una técnica impecable y una cuidada fotografía en blanco y negro obra de Valentín Javier, compañero profesional y personal de Mariscal con quien fundaría Bosco Films, la productora que alberga sus proyectos comunes.

Pero si hay algo que denota que detrás de la cámara hay una actriz, además de una directora, es el trabajo interpretativo del extenso reparto de El camino. Los nombres de Julia Caba Alba, Maribel Martín, Joaquín Roa, José Orjas, Maruchi Fresno... y un largo etcétera, acompañan a los tres jóvenes protagonistas que ponen cara al Mochuelo, el Moñigo y el Tiñoso. Todos ellos ajustados y precisos, capaces de dar vida al amplio abanico de caracteres que pueblan la película y obligan a la directora a emplear un lenguaje visual muy dinámico: los encuadres cambian de escala en el mismo plano, o establecen relaciones de correspondencia en el montaje, con composiciones siempre armónicas y compensadas... dicho de otro modo: Mariscal logra una planificación fluida que equilibra el estímulo de la palabra con el de la imagen.

Por estos motivos, hay que situar El camino en un lugar preeminente dentro de los relatos iniciáticos en entornos campestres que existen en el cine español (El espíritu de la colmena, Secretos del corazón, La lengua de las mariposas y tantos otros). Ana Mariscal consigue uno de los mejores títulos de su filmografía gracias a su habilidad para trenzar historias en apariencia pequeñas, en las que la anécdota adquiere la misma importancia que los hechos relevantes y los personajes se erigen como elemento principal. Algo semejante a la vida, con el aliciente de que aquí la palabra Fin invita al espectador a completar la ficción con su propia experiencia y a comparar sus recuerdos de infancia con lo que revela la pantalla.