EL PASADO. "Le passé" 2013, Asghar Farhadi

Después de una década y cinco largometrajes filmados en su país de origen, Asghar Farhadi sale de Irán con su primer Oscar recién obtenido y se traslada hasta Francia para realizar El pasado. Una película que conserva los rasgos principales de su estilo: una historia de gran intensidad dramática, con giros inesperados que van desvelando informaciones relevantes para los personajes. Esta fórmula, que se ha mantenido inalterable desde el inicio de la filmografía del director, se vuelve en esta ocasión más compleja y barroca respecto a otros títulos, lo cual provoca que el impacto resulte algo menos contundente. Pero El pasado sigue generando emociones a flor de piel y un apasionante estudio de la psicología de los personajes, que son el verdadero motor del film. Hasta el punto de que la elección de los actores es esencial para hacer creíble la tragedia íntima que viven los protagonistas.

Ellos son Bérénice Bejo, Ali Mosaffa, Tahar Rahim y Pauline Burlet, quienes resuelven las dificultades de sus papeles con gran dominio de los recursos interpretativos. La precisión que demuestran frente a la cámara se corresponde con la misma que practica Farhadi detrás de ella, en un diálogo generoso y atento entre el director y los actores. Dada la importancia de los diálogos y los gestos que no contienen palabras pero son igual de elocuentes, esta relación simétrica condiciona la película y la lleva a buen puerto, a pesar de los riesgos que asume en su desarrollo.

Estos riesgos tienen que ver con el manejo de la información que Farhadi va diseminando a lo largo del relato. Cada personaje, por secundario que pueda parecer en un principio, abre un acceso en el laberinto que envuelve la trama. Todos tienen algo que aportar y que ocultar a los demás, lo que hace que el espectador difícilmente se pueda anticipar a los acontecimientos o guarde expectativas acerca de lo que está viendo. Así, la historia en el primer acto sobre el reencuentro de un matrimonio roto, se convierte en el segundo acto en la difícil relación de una hija con sus padres, hasta derivar en el tercer acto en la tragedia de un hombre atormentado por las circunstancias que indujeron al estado de coma de su mujer. Para que el público no se pierda en medio de este embrollo narrativo, Farhadi opta por un lenguaje cinematográfico eficaz y directo, que pone atención a la expresión de los actores y otorga gran importancia a los escenarios, casi siempre interiores domésticos. Más que cercanía, la película debe transmitir sensación de intromisión en la intimidad de los personajes, algo que logra gracias a los elementos que integran la puesta en escena: la fotografía, la dirección artística, el vestuario, la planificación... todo juega en favor de El pasado y adquiere consistencia en el montaje.

En suma, Asghar Farhadi afina aquí sus recursos como cineasta y, si bien no alcanza por ello su mejor título, al menos logra elaborar un drama que estruja los sentimientos desde las primeras escenas y no los suelta hasta el final, en un plano secuencia que es un derroche de virtuosismo. Solo la llegada de los títulos de crédito permite recuperar el aliento robado durante más de dos horas que se sufren y disfrutan a partes iguales.