Ellos son Bérénice Bejo, Ali Mosaffa, Tahar Rahim y Pauline Burlet, quienes resuelven las dificultades de sus papeles con gran dominio de los recursos interpretativos. La precisión que demuestran frente a la cámara se corresponde con la misma que practica Farhadi detrás de ella, en un diálogo generoso y atento entre el director y los actores. Dada la importancia de los diálogos y los gestos que no contienen palabras pero son igual de elocuentes, esta relación simétrica condiciona la película y la lleva a buen puerto, a pesar de los riesgos que asume en su desarrollo.
Estos riesgos tienen que ver con el manejo de la información que Farhadi va diseminando a lo largo del relato. Cada personaje, por secundario que pueda parecer en un principio, abre un acceso en el laberinto que envuelve la trama. Todos tienen algo que aportar y que ocultar a los demás, lo que hace que el espectador difícilmente se pueda anticipar a los acontecimientos o guarde expectativas acerca de lo que está viendo. Así, la historia en el primer acto sobre el reencuentro de un matrimonio roto, se convierte en el segundo acto en la difícil relación de una hija con sus padres, hasta derivar en el tercer acto en la tragedia de un hombre atormentado por las circunstancias que indujeron al estado de coma de su mujer. Para que el público no se pierda en medio de este embrollo narrativo, Farhadi opta por un lenguaje cinematográfico eficaz y directo, que pone atención a la expresión de los actores y otorga gran importancia a los escenarios, casi siempre interiores domésticos. Más que cercanía, la película debe transmitir sensación de intromisión en la intimidad de los personajes, algo que logra gracias a los elementos que integran la puesta en escena: la fotografía, la dirección artística, el vestuario, la planificación... todo juega en favor de El pasado y adquiere consistencia en el montaje.
En suma, Asghar Farhadi afina aquí sus recursos como cineasta y, si bien no alcanza por ello su mejor título, al menos logra elaborar un drama que estruja los sentimientos desde las primeras escenas y no los suelta hasta el final, en un plano secuencia que es un derroche de virtuosismo. Solo la llegada de los títulos de crédito permite recuperar el aliento robado durante más de dos horas que se sufren y disfrutan a partes iguales.