MAIXABEL. 2021, Icíar Bollaín

En los últimos cuarenta años, el cine ha reflejado el conflicto vasco de diversas maneras. Ya sea recreando situaciones determinadas (La fuga de Segovia, Yoyes), como vistiendo géneros (Días contados, El lobo) o mediante historias tangenciales (Sombras en una batalla, La soledad). Toda una filmografía poblada por directores que tratan de abarcar la magnitud del drama, conscientes de estar hurgando en heridas todavía abiertas. Ahora que se cumplen diez años desde que la organización terrorista ETA anunciase "el cese definitivo de la actividad armada", parece que ha llegado el momento de hacer películas con la complejidad que el tema requiere. Al menos este es el propósito de Icíar Bollaín, quien se atreve a abordar la cuestión desde la perspectiva de las víctimas. Un atrevimiento que tiene que ver con la dificultad de no caer en la condescendencia ni abusar de la sensibilidad, ya que la condición de víctima es amplia e incluso ambigua (también afecta de modo indirecto a los compañeros de partido y a los familiares del victimario, entre otros).

Icíar Bollaín e Isa Campo escriben el guion basándose en la peripecia vital de Maixabel Lasa, viuda de Juan María Jáuregui, gobernador civil de Guipúzcoa de 1994 a 1996 que fue asesinado por un comando que operaba en Donosti. La labor de documentación llevada a cabo en la producción de la película es ardua y precisa, lo cual no enfría el resultado: Maixabel despliega un torrente de emociones que golpea al espectador sin ceder al sentimentalismo ni a la lágrima fácil. Bollaín es consciente de lo delicado del asunto y ejercita su sentido de la mesura con rigor y respeto por las personas a las que se alude en la trama, mediante una planificación sobria que busca la eficacia narrativa y evita la superficialidad. No obstante, el montaje recurre a algunos recursos sonoros (los disparos y el timbre del teléfono que se recrean en la memoria de los protagonistas para anticipar la tensión de ciertos momentos) que tienen como fin exteriorizar pensamientos. Aún así, el lenguaje cinematográfico empleado por la directora con la complicidad de Javier Agirre Erauso en la fotografía es naturalista y captura la luz y la atmósfera de los escenarios reales de San Sebastián. El equipo de filmación ha rodado en los mismos emplazamientos donde sucedieron los hechos, y eso dota a la película de una verdad que atraviesa la pantalla.

Pero la apuesta de Maixabel está en el reparto de actores, ya que ellos dan credibilidad a las acciones y los diálogos capaces de sostener el conjunto. Las escenas de conversaciones son las más importantes y depositan una gran responsabilidad en las interpretaciones de Blanca Portillo, Luis Tosar, Urko Olazabal, María Cerezuela y Tamara Canosa, entre otros. Todos magníficos, inspirados, concisos y un sinfín de adjetivos más para abarcar el paisaje humano donde se concitan gestos y reacciones expresadas con la sabiduría de los buenos profesionales. Solo por esto merece la pena asomarse al abismo de este film que deja un nudo en la garganta y que recupera lo mejor de su directora, Icíar Bollaín.