UPSTREAM COLOR. 2013, Shane Carruth

Segundo y último largometraje dirigido por Shane Carruth hasta la fecha. Una trayectoria breve, que ha sido reconocida en festivales pero que tropieza con impedimentos para seguir adelante. Puede que la principal dificultad sea el mismo autor, causante de una sucesión de errores personales y profesionales de los que no ha logrado sobreponerse. O puede que el motivo sea que Carruth no haga un cine fácil, por la gran libertad de su lenguaje que exige la implicación del público, sin hacer concesiones a cambio. Además practica la ciencia ficción, un género que por lo común requiere dinero. Estas condiciones no encuentran el apoyo de una industria conservadora que, cada vez más, rehúye el riesgo y se muestra reticente a aceptar cualquier atisbo de experimentación creativa. Así que Upstream color amplifica los laberintos narrativos de Primer y llega a nuevos territorios que tienen que ver con el drama romántico y el terror psicológico, si bien la película evita premeditadamente las catalogaciones y los adjetivos socorridos.

Resulta complicado hablar del guion escrito por el propio Carruth, quien ejerce también las labores de fotografía, música, interpretación y montaje (en compañía de David Lowery). El argumento pide ser desentrañado y deposita su fuerza en transmitir una atmósfera sugerente y en estimular los sentidos, más que en dotar de coherencia a la ficción. Upstream color es lo más parecido a un enigma que el espectador debe descifrar acerca de una pareja que busca superar una situación que ambos han vivido por separado y que desconocen, porque sus mentes fueron anuladas durante un tiempo. En contra de su voluntad, fueron sometidos a experimentos que han dejado en ellos secuelas, recuerdos entrecortados que enfrentan con esfuerzo y dolor.

La banda sonora envolvente, la edición fragmentada en elipsis y saltos espacio-temporales, los contraluces y la tonalidad fría y mortecina de las imágenes son elementos que dotan a la película de una identidad muy particular, tanto en el aspecto visual como en el sonoro. Hay escenas sin diálogo y otras con conversaciones en off, situaciones que transcurren en paralelo, evocaciones... Carruth llena la pantalla de estímulos, símbolos y concomitancias estéticas que apelan al subconsciente, a veces con demasiada insistencia. Upstream color está a punto de desbordarse en muchos momentos, si no lo hace es por su innegable poder hipnótico y su capacidad para sugerir más que mostrar, dejando innumerables puertas abiertas que invitan a asomarse al espectador, sin llegar nunca a empujarle. Tal vez el apartado interpretativo sea el menos brillante del conjunto, puesto que Shane Carruth y Amy Seimetz inciden en el gesto grave y se muestran un tanto forzados, cariacontecidos. Por lo demás, es evidente que se trata de un film que no está diseñado para el agrado general y que entusiasmará a unos mientras que irritará a otros. Tal vez esta sea su máxima virtud: no adaptarse a fórmulas recurrentes ni optar por soluciones clarificadoras que faciliten la digestión tras el desenlace.