LA CONSAGRACIÓN DE LA PRIMAVERA. 2022, Fernando Franco

La querencia de Fernando Franco por trabajar con material delicado y asuntos espinosos continúa en su tercer largometraje, La consagración de la primavera. Un título que remite a la célebre obra orquestal de Stravinski y que funciona como metáfora del despertar a la vida de Laura, una universitaria recién llegada a Madrid, y la relación que establece con David, un chico con parálisis cerebral que vive con su madre. Tres personajes que son los ejes centrales del film y que cumplen funciones muy determinadas dentro del relato: el primero como protagonista que traslada al espectador su punto de vista, el segundo como detonante de la acción y el tercero como intermediario. Están interpretados, respectivamente, por Valèria Sorolla, Telmo Irureta y Emma Suárez.

Tanto Sorolla como Irureta debutan en papeles principales y transmiten una desenvoltura que contagia el conjunto, mientras que Suárez aporta veteranía y seguridad. Esta mezcla define el tono de la película, cuyas turbulencias emocionales se mantienen soterradas durante el metraje y no emergen salvo en pequeños detalles y frases de diálogo, de manera austera y siempre contenida. Un equilibrio perfecto que demuestra el buen oficio del director, autor también del guion junto a Bego Aróstegui.  Ambos desarrollan una historia de carácter íntimo que busca la credibilidad y la consigue, gracias a una puesta escena sencilla pero muy eficaz que contiene elementos visuales en los que merece la pena detenerse. 

La cámara raras veces se despega de Sorolla, captura su singular mirada y evidencia lo ajena que se siente del entorno desenfocando los fondos en los planos de exterior. Para ello, el director de fotografía Santiago Racaj evita la profundidad de campo y selecciona las lentes adecuadas para trasladar la misma sensación de soledad que Franco obtiene desde la planificación, a través del off. Un ejemplo es cuando la protagonista se introduce en un taxi por la noche en estado de consternación e intercambia unas pocas palabras con el conductor, quien nunca llega a mostrarse. El público solo ve el rostro de Sorolla y no recibe el contraplano del taxista, una decisión que materializa el estado de aislamiento. Hay otros recursos de la imagen expresados mediante la composición y los emplazamientos de cámara, nada rebuscados y a la altura de los personajes. Porque La consagración de la primavera es una película profundamente humanista, que emplea con inteligencia las elipsis de tiempo y que elude las obviedades y los clichés dramáticos (la música, las conversaciones explicativas) para hablar al espectador de tú a tú, con honestidad y cercanía. Sin apartarse del drama y del dolor de sus anteriores trabajos, Fernando Franco ha hecho su película más luminosa y amable, más optimista, tal y como se enuncia en el título. Bienvenido sea este soplo de aire fresco en la carrera de un director que siempre tiene cosas que contar.