LA COSA. "The thing" 1982, John Carpenter

No es hasta su sexto largometraje que John Carpenter consigue el respaldo de un gran estudio, Universal, después de años trabajando con productoras independientes. Lo cual significa que tiene presupuesto suficiente para invertir en efectos especiales y para mostrar abiertamente lo que antes tenía que sugerir por la escasez de medios técnicos disponibles. Así que da rienda suelta a Rob Bottin, quien ya había colaborado con Carpenter en La niebla, para crear al ser multiforme que da título a la película. Pocas veces como en La cosa resulta tan intensa y dependiente la relación entre un director y su encargado de efectos especiales, por eso cabe otorgar a ambos la condición de autores casi con el mismo nivel de importancia.

Aunque Carpenter ya había tenido oportunidad de realizar homenajes a Howard Hawks en ocasiones anteriores, es en La cosa donde rinde tributo a su maestro, al echar la vista atrás hacia El enigma de otro mundo. Un clásico de la serie B que Hawks produjo en los años cincuenta a partir de un relato pulp de John W. Campbell Jr. Curiosamente, la versión de Carpenter es más fiel al texto original, si bien la acción se sitúa en el presente. A pesar de la holgura económica, La cosa sigue conservando el aliento a serie B que caracteriza al director, y que se manifiesta en un guion sencillo y directo con personajes sin demasiada profundidad y una asimilación de las claves del terror clásico. La aportación de Carpenter tiene que ver con lo explícito y la truculencia, rayana en el gore, de las escenas de mayor impacto, como queriendo ir un paso más allá de la reciente Alien. El film de Ridley Scott ejerce una enorme influencia sobre La cosa y sobre buena parte del cine de miedo que se desarrollará en los siguientes años, con una diferencia: donde Scott aplica la sugestión y la mesura, los demás se dejan llevar por la evidencia y el exceso. También Carpenter. El cineasta incurre en el regodeo de las vísceras y de la masa corpórea sometida a transformaciones aberrantes, el body horror, para generar imágenes que lograron conmocionar a una generación de espectadores a través de trucos de maquillaje, animatrónica, maquetas y la manipulación de materiales como el látex, por ejemplo. Lo que hoy se consideran métodos tradicionales, que han elevado La cosa a la categoría del culto y la devoción, fruto de una nostalgia a veces desmedida.

Fuera de esta sentimentalización del recuerdo, la película ofrece un resultado estimable, pero no memorable. Como suele suceder en las películas de John Carpenter, el elemento visual se impone sobre la narración, y el mayor acierto reside en mantener una atmósfera tensa que enturbia las relaciones entre los personajes. El director repite con Kurt Russell, actor que encarna mejor que nadie al héroe trágico y descreído de su cine de aventuras, mitad western y mitad thriller de ciencia ficción, que en La cosa se aproxima a la pieza de cámara. La unidad de espacio de una base de investigación en mitad de la Antártida y el grupo de profesionales que aglutina a los protagonistas son los elementos con los que Carpenter desarrolla el film, dando relevancia a las actitudes y las reacciones humanas. Por tanto, no se trata solo de un artefacto de sustos y de suspense en un escenario claustrofóbico, La cosa es además un estudio sobre el comportamiento de hombres sometidos a situaciones límite. Solo por ello merece la pena regresar a este título de referencia de un director que se encontraba en sus mejores momentos y con su mejor equipo (incluido Dean Cundey en la fotografía). Es una lástima que la única colaboración entre John Carpenter y Ennio Morricone se saldase con una música anodina, que no contribuye a reforzar la identidad del conjunto. Aun así, La cosa sigue estremeciendo cuatro décadas después de su estreno. Algo que no se puede decir de muchas otras películas del mismo género.