AL AZAR, BALTASAR "Au hasard Balthazar" 1966, Robert Bresson

En el año 1966, Robert Bresson se encuentra en el ecuador de su trayectoria. El concepto de cinematografía pura que ha estado desarrollando en sus anteriores películas ya está plenamente asentado y se muestra con toda concisión en Al azar, Baltasar, tanto a nivel teórico como formal. Aquí están presentes las claves de su estilo depurado y minimalista, que sintetiza el número de planos en el montaje y la semiótica de las imágenes, así como sus ideas en torno al sonido, el ruido y el silencio. Hablar del cine de Bresson es hablar de la representación del tiempo y el espacio mediante símbolos que adquieren un significado profundo, trascendente.

Aunque puedan parecer complicadas, lo cierto es que las películas del autor galo parten de historias sencillas, casi a modo de parábolas. Al igual que sucede con Dreyer o Tarkovski, la obra de Bresson está impregnada de una esencia espiritual que va añadiendo sustratos a las tramas, hasta el punto de que es fácil realizar una lectura religiosa de Al azar, Baltasar. El guion cuenta las vidas en paralelo de una joven y un burro que viven en una pequeña provincia al norte de Francia. Ambos padecen numerosas agresiones que afrontan con resignación cristiana, por parte de personajes que viven a su alrededor y que encarnan los pecados del ser humano. Este doble viacrucis termina con distintos resultados: por un lado el desenlace fatal (no sin esa nobleza que parece aspirar a la santidad) y por otro lado la redención capaz de arrojar cierta esperanza después de tantos martirios. El elemento diferenciador de Bresson es el de sugerir el relato mediante elipsis e interpretaciones que quedan a cargo del espectador, obviando las evidencias de las estructuras clásicas de la narración. Por eso hay situaciones dramáticas que nunca llegan a verse, al contrario que determinados detalles en apariencia nimios que cobran valor por la función que cumplen dentro del conjunto.

En Al azar, Baltasar también se aprecia el naturalismo de Bresson mediante la filmación en escenarios auténticos con actores no profesionales (lo que él denominaba modelos, aquí encabezados por la debutante Anne Wiazemsky) y con una fotografía no estilizada que corre a cargo de Ghislain Cloquet, en la primera de sus tres colaboraciones con el director. Sin embargo, esta credibilidad encuentra cauces no realistas para expresarse como la ausencia de gestos y el hieratismo de los intérpretes, o el montaje constructivista que fracciona las situaciones sin representarlas en su totalidad, con una puesta en escena que oculta más que revela. Es una búsqueda de la verdad que se enfrenta a las convenciones del cine teatralizado y que omite la expresión de sentimientos y los diálogos literarios, en contra de toda impostura. Por eso el cine de Bresson puede parecer distante y frío a ojos del público desprevenido, cuando lo que pretende es reflejar la sustancia de las cosas sin los adornos ni los artificios propios de la ficción. Estos y otros muchos elementos sustentan su teoría cinematográfica, que se mantendrá insobornable durante el resto de su carrera y que alcanzan en Al azar, Baltasar una de sus cotas más altas.

A continuación, pueden ver un breve vídeo que recapitula algunas de las reflexiones de Robert Bresson, cortesía del canal TCM.