Tornatore y Morricone han trabajado juntos repetidas veces, una circunstancia que favorece la cercanía y estimula la confidencia. Uno de los principales retos que asume el documental es resumir la larga experiencia profesional del músico, que abarca unos 500 films, además de narrar detalles de su biografía, todo ello comprimido en dos horas y media de duración que transcurren a velocidad de crucero y un ritmo muy dinámico. El montaje intercala con habilidad imágenes de películas, testimonios y abundante material de archivo, en una suerte de mosaico cuyas piezas se van uniendo hasta completar el retrato del protagonista. Hay caras muy conocidas (Eastwood, Tarantino, Springsteen, Bertolucci...) que prestan sus palabras al panegírico, porque de eso se trata: de realizar un tributo apasionado y confeso en el que apenas hay asomo de mácula y no se esconde la finalidad laudatoria del proyecto, financiado en coproducción por Italia, Bélgica y Japón.
Lo más interesante de Ennio: el maestro tiene que ver con la evolución y los procesos creativos en los que Morricone se ve inmerso a lo largo de su obra, y que le llevan a transitar estilos tan diversos como la música de orquesta, la sinfónica, la experimental, la canción pop... y las bandas sonoras de películas, un género que le acomplejó durante años y que termina valorando como esencial dentro de la cultura del siglo XX. Su labor ha contribuido a este reconocimiento de manera decisiva y ha servido como inspiración a multitud de músicos, algo que el documental pone en relieve con la mezcla justa de inteligencia y emoción.