MOUCHETTE. 1967, Robert Bresson

Buena parte de la filmografía de Robert Bresson tiene un origen literario, ya sea de modo explícito mediante adaptaciones declaradas o de modo implícito, tomando como inspiración textos de diversa índole. Uno de los escritores que revisita es Georges Bernanos, a quien Bresson lleva al cine en 1951 con Diario de un cura rural y al que, dieciséis años después, vuelve con Mouchette. Para entonces, el director es ya un veterano con un estilo plenamente reconocible que admite pocas comparaciones. Se adivinan rasgos de Epstein y en especial de Dreyer, aunque la mayoría de sus influencias provienen de la música y la pintura, lo cual dota a sus películas de una cualidad abstracta fruto de la síntesis y la depuración de elementos. Este rigor formal ha granjeado a Bresson las calificaciones de cineasta ascético, trascendente, espiritual... y demás adjetivos que pueden hacer temblar al público que se acerque por primera vez a su obra. Por eso conviene despojarse de solemnidades y adentrarse en el universo bressoniano con la sencillez que sus películas demandan, ya que se podrían considerar piezas de orfebrería cinematográfica en las que la historia pierde importancia en favor de la mirada con las que son contempladas. O dicho de otra manera: en el cine de Bresson, el lenguaje lo es todo.

Esto se aprecia claramente en Mouchette, quintaesencia de sus voluntades como artista y pensador. Teniendo en cuenta la implicación de la fe religiosa en sus películas, se puede ver el drama de la joven protagonista que da título al film como si se tratara de un Vía Crucis en el que participan los conceptos de la culpa, el perdón, la pureza y el pecado. Bresson establece también analogías y símbolos (la caza final de las liebres, como anticipación del destino de Mouchette, o el vestido regalado que le sirve de mortaja) para dar profundidad a la historia sin entorpecerla, tal y como corresponde a un director que rechaza cualquier exceso de emotividad. En Mouchette, Bresson vuelve a poner en práctica sus teorías relativas a la imagen y el sonido de lo que él designaba el cinematógrafo, en oposición al cine convencional e imperante. Hay mucha literatura publicada sobre su empleo del montaje constructivo, la relación de escalas y de ángulos de los planos, su duración, el uso del fuera de campo, la atención por los detalles, el silencio y los ruidos como herramientas expresivas... son cualidades muy estudiadas por generaciones de analistas y cinéfilos que han visto en Robert Bresson a uno de los autores por excelencia del panorama europeo del pasado siglo. Por eso no corresponde repetir ahora lo que ya está dicho y se considera una obviedad, puesto que el lenguaje de Bresson está plenamente codificado y atiende a un rigor que disminuye las posibilidades de interpretación. El hecho de que su obra no sea demasiado amplia (trece largometrajes) refuerza este carácter monolítico del cual Mouchette es uno de los mejores exponentes, una pieza precisa y rotunda dentro de un engranaje que funciona de forma minuciosa.

Aun así, se deben destacar algunas singularidades que hacen que el recuerdo de Mouchette perdure en el tiempo: el retrato colectivo de la crueldad de los habitantes del pueblo donde sucede la acción, siempre dispuestos a agredir a los más vulnerables. La deshumanización que expone Bresson encuentra el contrapunto en la niña protagonista, víctima por su condición de pobre. Como es habitual, el personaje está encarnado por una actriz no profesional (denominada modelo, según la terminología de Bresson) que no volverá a trabajar en el cine, Nadine Nortier. Sus movimientos, gestos y miradas sobrecogen por la frialdad con la que asume la situación del personaje, ampliando la desgracia personal en universal, ya que la película denuncia la corrupción moral que ejercen quienes detentan el poder sobre quienes no pueden defenderse. Todo ello sin sensacionalismo ni moralina, con la austeridad que caracteriza a Robert Bresson, cuyo legado se ha expandido en numerosos cineastas como Jim Jarmusch, Aki Kaurismäki o Jaime Rosales. También en Jean-Luc Godard, responsable en su día de hacer un particular anuncio de Mouchette que merece ser recuperado por su originalidad: