LOS ASESINOS DE LA LUNA. "Killers of the flower moon" 2023, Martin Scorsese

La violencia es uno de los temas capitales en el cine de Martin Scorsese. Violencia ejercida en diferentes ámbitos y contextos, violencia con causas y consecuencias, violencia arraigada en la sociedad y la cultura de un país. Los asesinos de la luna describe un episodio negro de la historia de los Estados Unidos, el magnicidio de la comunidad nativa de los Osage durante los años veinte del siglo pasado por parte de blancos que quisieron apropiarse de sus tierras, una vez que se supo que contenían petróleo. Scorsese cuenta estos hechos como si se tratara de una de sus características películas de gánsteres, con las mismas relaciones entre los personajes y una estructura narrativa similar, si bien en esta ocasión atempera las acrobacias visuales y la cinética nerviosa en favor de un mayor clasicismo. Lo cual no quiere decir que el octogenario director se haya rendido a los imperativos de la edad, sino que sigue la senda de sus últimos trabajos (Silencio, El irlandés) despojados de cinismo y con una moralidad más transparente, menos ambigua. Otro rasgo que se aprecia en esta última etapa es la voluntad de trascender, de ofrecer títulos "que dejen poso", algo que ha sucedido siempre de manera natural en el cine de Scorsese pero que ahora se busca empleando artimañas un tanto cuestionables. ¿Cuándo se convierte el discurso en apología? ¿Qué valor tienen los ideales presentados como espectáculo? Los asesinos de la luna invita a reflexionar sobre algunas de estas cuestiones partiendo de los propósitos declarados por el cineasta de hacer una gran película, una obra con vocación de perdurar que trata de enmendar los errores del pasado a través del relato del presente.

No en vano, el propio Scorsese decide cerrar la película haciendo una breve intervención que, en casos similares, se suele solventar con un rótulo en la pantalla. Esta personalización del desenlace pretende ser un acto de justicia poética pero termina antojándose como un gesto autocomplaciente, que otorga el aplauso fácil al mea culpa colectivo. Más si cabe cuando el personaje principal de la película es un buscavidas rematadamente idiota que vive para complacer al poder encarnado en la figura de su tío, un terrateniente que conspira para adueñarse de los terrenos de la Nación Osage. Tal y como indica el título, Scorsese otorga el protagonismo a los verdugos mientras que las víctimas son el telón de fondo, unos convidados de piedra sin apenas profundidad humana que el guion reduce a la condición de mártires pasivos. Este es uno de los puntos más problemáticos de un film que se erige en reparador de agravios, y que marca distancias con el libro de David Grann adaptado por Eric Roth. Un texto perteneciente al género del ensayo periodístico que adopta el punto de vista de quienes realizaron las investigaciones para esclarecer los crímenes, los agentes del incipiente FBI. En la película, estos personajes irrumpen en el tercer acto para apostillar los comportamientos delictivos de los protagonistas, interpretados por dos de los actores fetiche del director, Leonardo DiCaprio y Robert De Niro. Ambos marcan el devenir de los acontecimientos con sus fuertes personalidades y asumen sus papeles de diferente manera: DiCaprio se muestra demasiado condicionado por la prótesis dental que lleva para transmitir un carácter explosivo, siempre en tensión, mientras que De Niro está mucho más matizado y reverdece los antiguos laureles que se creían marchitos. Cabe lamentar que nombres como los de Lily Gladstone (que da vida a la esposa nativa del personaje de DiCaprio) y Jesse Plemons (el oficial encargado de inspeccionar) estén desaprovechados y no puedan extraer el jugo que exigían sus personajes a causa de un guion descompensado, que deja de lado aspectos importantes de la narración (el nativo que resulta muerto y fue el primer marido de la protagonista, por ejemplo) a la vez que incide en detalles poco significativos (las reiteradas conversaciones de los matones).

Las debilidades narrativas de Los asesinos de la luna son producto de una falta de decantación que olvida la síntesis y se demora en desarrollar de manera innecesaria situaciones que no llegan a ninguna parte. Sin embargo, a pesar de las torpezas de guion, Scorsese consigue mantener la atención a lo largo de los doscientos minutos que dura el metraje, gracias al magnetismo de las imágenes. La fotografía de Rodrigo Prieto es bella, precisa y multiplica las virtudes de los apartados artísticos referidos al decorado, el vestuario y los demás elementos de época. Si bien en la película brillan algunos destellos que recuerdan al mejor Scorsese (como la introducción) es evidente que, en la última década, el estilo del director se ha ido diluyendo en un lenguaje cada vez más aséptico y plano, que articula las escenas empleando la fórmula tradicional de escalas y angulaciones de plano. No habría ninguna objeción si no fuera porque, en ocasiones, el significado de las imágenes que filma Scorsese funciona más por acumulación que por su capacidad para generar ideas por sí mismas, como si obedecieran a un transcurso mecánico de las acciones que poco tiene que ver con la inventiva de los viejos tiempos. Aun así, Los asesinos de la luna logra captar el interés y arroja luz sobre unos sucesos que hasta ahora habían permanecido en la sombra. Solo por eso merece la pena tenerla en cuenta, aunque hay otros motivos, entre ellos la música compuesta por Robbie Robertson poco antes de fallecer. A continuación pueden escuchar uno de los temas contenidos en la banda sonora, un blues que introduce instrumentos originales del folclore y que deja testimonio del enorme talento de su autor. Que lo disfruten.