El guion escrito por Martín junto a Clara Roquet alterna diferentes tiempos dentro del escenario de una casa en la costa del Maresme catalán. Allí confluyen las experiencias de Mila durante el pasado y el presente, los momentos del despertar a los sentidos, la búsqueda y la experimentación, las relaciones, la disfunción que se manifiesta en la piel... todo ello sin necesidad de explicar la raíz del problema o ese motivo determinado tan común en las películas con afán de psicoanálisis. En lugar de acudir a fórmulas preconcebidas, la directora opta por desplegar una sucesión de fragmentos narrativos que obtienen sentido en el conjunto, como las piezas de un mosaico. Hay secuencias de diálogo resueltas de modo poco convencional (con una elección de planos que atiende a las palabras tanto como a las reacciones), recursos audiovisuales que potencian la subjetividad (los ralentizados en los que solo se escucha música) e instantes que se adentran en el subconsciente de la protagonista mediante la representación de sus sueños, entre otras herramientas cinematográficas que convierten el visionado de Creatura en un ejercicio estimulante.
Martín se rodea de un buen plantel de actores entre los que brilla Àlex Brendemühl, y un equipo de técnicos que dan entidad a la película, como sucede con la fotografía de Alana Mejía González. La luz del Mediterráneo se filtra en las imágenes y adquiere misterio en los ojos de la directora, capaz de escenificar temas complejos y revestir de humanidad el discurso valiente, casi temerario, que tiene entre manos. Creatura debe ser valorada por su capacidad de riesgo y por la sensibilidad en tratar asuntos difíciles que el cine suele esquivar. Pero hay más: el texto que no alecciona y su estructura entrecruzada, la dirección que sabe filmar las acciones mostrando lo necesario sin acceder a gratuidades, la interpretación entregada y convincente... aspectos en los que se involucra hasta el final Elena Martín, una de las creadoras actuales más interesantes del panorama español.