Este confluir de referencias son el resultado del análisis fílmico llevado a cabo por el director a lo largo de su trayectoria, una reflexión del lenguaje que se materializa en un estilo depurado y poético, que emplea como recursos expresivos los ralentizados, la planificación y el montaje. Al mismo tiempo, Epstein se aproxima al documental rodando en escenarios naturales con actores no profesionales, tratando de fijar en la pantalla la esencia del lugar en el que transcurre la historia. Esta mezcla de sofisticación y realismo confiere a Finis Terrae una aureola muy especial que la emparenta con otros títulos de etnoficción de Flaherty (Hombres de Arán) o Grierson (Drifters). El elemento diferenciador es que Epstein hace convivir la observación de las situaciones cotidianas (las secuencias del trabajo de los pescadores, por ejemplo) con los ejercicios de vanguardia (el delirio del protagonista enfermo), lo cual refuerza el carácter simbólico del film. Basta contemplar las frecuentes imágenes de las olas batiendo en las rocas como un recordatorio de la amenaza de la naturaleza y la reclusión en la que viven los personajes.
Realizada en la época tardía del cine mudo, Finis Terrae posee una modernidad de gran fuerza estética que mantiene intacto su poder de fascinación. La composición de los planos, la plasticidad de la fotografía en blanco y negro, el ritmo que se imprime en la narración... todos los elementos funcionan en favor del conjunto, hasta completar una de las obras más significativas dentro de su género. Jean Epstein exhibe su magisterio a lo largo de ochenta minutos de pura emoción y arrebatadora belleza.