DEJAR EL MUNDO ATRÁS. "Leave the world behind" 2023, Sam Esmail

Después de realizar diferentes series para la televisión, Sam Esmail dirige su segundo largometraje en una década, esta vez con un presupuesto generoso y al amparo de la plataforma Netflix. Dejar el mundo atrás adapta la novela homónima de Rumaan Alam, un thriller distópico que narra el fin del mundo desde la distancia, en el entorno de una familia que transcurre sus vacaciones en una casa apartada en mitad de la naturaleza. Si bien el argumento podría recordar a Sacrificio de Tarkovski, ya que ambas películas tratan el vacío existencial y la desazón ante el colapso, Esmail opta por un tono que mezcla la intriga con la ironía, además de emplear una retórica audiovisual amanerada que cae en ciertas gratuidades efectistas.

Dado que el apocalipsis queda fuera del plano, da la sensación de que el director quiere epatar mediante una estética juguetona, que emplea trucos y movimientos imposibles de cámara para subrayar la gravedad del asunto que trata. Hay un punto de vista omnisciente que dirige la mirada del espectador de un piso a otro de la estancia, que sobrevuela el espacio para después regresar a la tierra, atraviesa las rendijas de un techo para tomar perspectiva... son piruetas ópticas que distraen los ojos sin aportar nada al relato, sostenido por las interpretaciones de los actores. Y es que la virtud de Dejar el mundo atrás está en el reparto, con Julia Roberts, Ethan Hawke y Mahershala Ali a la cabeza. Todos ellos solventes y capaces de imponer el factor humano al alarde técnico, dando verosimilitud a lo que les sucede.

Es verdad que algunos diálogos resultan explicativos (sobre todo en la parte final) y que la película acumula muchas digresiones en torno a las desigualdades económicas, sociales, raciales... tantas que a veces da la impresión de que le cuesta fijar el foco en algo en concreto y se pierde en generalidades, pero también es cierto que Esmail posee un sentido del ritmo y de la intriga que hacen que la narración se siga con interés y que el conjunto sea provechoso. La película funciona mejor cuando confía en las posibilidades del guion, también firmado por Esmail, que cuando se entrega al manierismo formal, con algunos efectos digitales que no están bien resueltos (los flamencos de la piscina o los ciervos que acosan a los personajes de Roberts y Myha'la, por ejemplo). Por eso conviene valorarla por las reflexiones que plantea: la crítica al sistema capitalista que convierte los ideales en productos de consumo (hay referencias a marcas como Tesla o Starbucks), la pirámide social (estupenda la escena con Kevin Bacon) y la dependencia generada por las nuevas tecnologías, con algunas metáforas ingeniosas (la serie Friends como paradigma de una utopía feliz en un contexto cada vez menos amistoso). Son cuestiones oportunas que forman parte de una agenda supuestamente progresista, no en vano figuran como productores ejecutivos Barack y Michelle Obama. Otra cosa es que la película se ocupe de señalar los peligros que nos acechan sin ofrecer solución alguna, una visión pesimista muy acorde a las ficciones postmodernas que han fructificado en los últimos tiempos y que transmutan la política en espectáculo y la militancia en entretenimiento. Así, el público es bienvenido al Juicio Final como si fuese un circo de tres pistas que tiene a Sam Esmail de maestro de ceremonias, una cámara saltimbanqui y un grupo de actores conocidos que ponen cara de desconcierto y recitan pasajes de Aaron Sorkin.

A continuación, pueden escuchar una de las piezas que integran la música compuesta por Mac Quayle. El piano ejerce de solista en medio de una atmósfera de cuerdas que transmiten emoción y misterio, acorde al ambiente tenso que se respira durante gran parte del film. Que lo disfruten: