El hecho de que el guionista Fernando Navarro conozca de primera mano a Los Planetas podría haberle llevado a fidelizar los hechos y a reproducir el comportamiento de los protagonistas. En lugar de eso, tanto él como Lacuesta invocan el espíritu de las canciones y las sensaciones que transmiten las letras para construir una elegía en torno a la amistad entre dos personas complementarias y dispares, dos lados de un triángulo que se rompe al principio del film, formado por el cantante Jota, el guitarrista Florent y la bajista May. Curiosamente, los dos primeros nombres no aparecen mencionados en ningún momento, dando a entender que son ellos pero podrían ser otros, los miembros de cualquier formación de la época que luchaba contra las adicciones y por salir adelante conservando la integridad artística. Segundo premio mantiene el complicado equilibrio entre el relato de aprendizaje, la comedia costumbrista, el documental musical y el cuento de vampiros, todo bien agitado en una mezcla que resulta orgánica y compacta.
A pesar de su carácter experimental, la película es accesible para un público amplio que no precisa conocer el repertorio ni el escenario donde sucede buena parte de la acción. La ciudad de Granada marca su identidad en las imágenes, además de los personajes, interpretados por músicos que actúan y que tocan en directo los temas durante la filmación. Esto provoca una autenticidad que atraviesa el encuadre y que convierte a Segundo premio en una experiencia difícil de igualar. De manera misteriosa, hay cosas que no deberían funcionar pero funcionan. Y muy bien: el realismo convive con la alegoría (el avión de los vuelos lisérgicos, el paseo nocturno por los rincones de Nueva York), lo contemporáneo se funde con evocaciones a la poesía de Lorca y a la iconografía pop del siglo XX, así como hay escenas que simbolizan las relaciones entre los personajes (el encuentro sexual, la pelea en el bar). Son momentos arriesgados en su concepción y en la puesta en escena, que se resignifican unos a otros y complementan en un mismo sentido.
La expresión formal de la película contiene multitud de ideas que tienen que ver con la elección del formato cuadrado, los emplazamientos y movimientos de cámara, el montaje... también la fotografía de Takuro Takeuchi, que debuta en el largometraje con un tratamiento de la luz que juega con la oscuridad de los interiores y la sobreexposición de las localizaciones de exterior. El empleo de los recursos técnicos por parte de los directores refuerza el concepto general del film, al cual contribuye el equipo humano: los músicos-actores Daniel Ibáñez, Cristalino, Mafo o Stéphanie Magnin ponen cara a Los Planetas de entonces y cristalizan unos sentimientos que nacen de lo íntimo y se vuelven universales con la credibilidad que imprimen en su trabajo. Por fortuna, Isaki Lacuesta no ha elegido a intérpretes que saben imitar sino a artistas de los que aprovecha sus respectivos talentos y su ausencia de refinamiento. Hay una visceralidad y una frescura que se respiran en cada plano, además del discurso implícito sobre la verdad y la ficción que sostiene Segundo premio. Son dos líneas que avanzan a lo largo del metraje y que se fusionan para reflejar la pulsión de un cine libre y creativo, capaz de lanzar propuestas al espectador y de estimular sus emociones.