Tres hombres sobre una balsa cuenta el viaje aplazado desde la infancia de un trío de amigos ya maduro, formado por un académico de arquitectura, un neurocirujano y un ganadero. Profesionales de prestigio que se suben a una pobre embarcación hecha con maderas para surcar el cauce fluvial que va de la ciudad de Moscú hasta la pequeña población de Osokino. En el trayecto encontrarán aventuras, momentos musicales y algún romance, todo ello mediante secuencias bien hilvanadas, ritmo sostenido y la destreza visual de la que siempre hace gala Kalatozov. Sin llegar al virtuosismo acrobático que le caracterizará tiempo después, el director se vale de complejos movimientos de cámara y de una planificación que crece en el montaje para dotar a Tres hombres sobre una balsa del dinamismo que requiere la historia. La película fluye igual que fluyen las aguas del río que sirve como escenario principal, gracias a la habilidad de Kalatozov en la puesta en escena.
La bella fotografía en color de Mark Magidson refuerza el tono de cuento que posee el film, con un tratamiento de la luz y los colores que está al borde de la postal idílica que se pretende recrear. Las imágenes aprovechan el potencial de los paisajes naturales y también los rostros de los tres protagonistas, conectando la amplitud y el gesto, aunque hay algunos recursos técnicos menos satisfactorios. Por ejemplo, los fundidos a rojo que separan ciertas escenas se antojan arbitrarios hoy en día. Otra resolución demasiado artificial es la iluminación nocturna de determinadas situaciones a bordo, en cambio, ninguna de estas debilidades empobrece el resultado de una película que acumula méritos de sobra para divertir y emocionar al público. Detrás de su aparente ligereza, Tres hombres sobre una balsa logra entretener mientras inculca ideales que pueden estar ya en desuso como la honestidad y el compromiso. Es un canto a la amistad en forma de fábula bolchevique bien escrita, bien dirigida y bien interpretada, que invita a ser descubierta por los buscadores de tesoros.